Hay
épocas en que dejo de intentar elaborar comentarios que no me nacen. Lo veo
como un descanso.
El
problema es que hay que ser sociable, y quieres serlo como todo el mundo. Necesitas
ser capaz de generar respuestas ingeniosas, irónicas, que hagan reír o sonreír,
y que expresen clara y elegantemente lo que sientes, sin sonar demasiado
radical.
Hoy
ha tocado simulacro de incendio durante la clase de inglés. Fuera de la
escuela, la situación pedía bromear. Algunas chicas me miraban, ofreciéndome
ocasión de realizar algún aporte a la conversación. Todavía no nos conocemos
gran cosa. Y yo seguía completamente en blanco, sonriendo, teniendo claro que
no se me iba a ocurrir nada, y sin ganas de agobiarme demasiado por ello.
Vertiendo mi necesidad de rebeldía contra el imperativo social de “que hay que
hablar”…, ya que es imposible rebelarme contra mi falta de verborrea,
imperativo biológico. Simplemente acostumbrado a que, de donde no hay, nada vas
a sacar.
Vuelvo
a casa y me pongo a leer páginas interesantes de blogs, cuyos otros visitantes
responden cordiales y amables, con mayor o menor gracejo o elegancia, cada uno
con su estilo, pero todos han improvisado alguna respuesta elocuente. Y me sabe
mal irme sin decirle al autor lo mucho que me ha gustado el post, pero necesito
evitarme el ridículo de ir soltando obviedades, sin más.
Aunque
no comente, casi siempre podréis contar con mi sonrisa.
Hacia
las cuatro de la tarde me ha llamado el dueño de la masía-bodega donde
ocasionalmente he estado trabajando estos últimos meses, vendimiando,
bazuqueando, prensando vino, embotellando el de años anteriores, tumbando las
botellas, etc… es interesante ir participando y experimentando todo el proceso.
Me
ha pedido que fuese allí, porque él no podía acudir y la au-pair de sus hijos
no conseguía levantar la puerta de la bodega para entrar. “Y ya que estás, si
quieres, puedes terminar de tumbar las botellas que quedan en palet”. Ok.
La
chica tenía que entrar para recoger un par de cosas e irse pitando a por los
niños, a la escuela. Me ha dicho que no tardaría, y que mejor me quedaba yo la
llave.
El
trabajo que me quedaba pendiente ha durado una hora. Al terminar y cerrarlo
todo, ella todavía no había regresado, y no tenía ni idea de si lo haría pronto
o tarde. He llamado al jefe para ver si me iba y dejaba la llave en algún
sitio, pero no cogía la llamada. Atrapado en el paraíso.
La
tarde era espectacular. Es una gran casa de campo sobre un suave promontorio,
rodeada de viñedos y bancales, a cierta distancia, y más de cerca por árboles,
principalmente grandes nogales y cipreses. Está situada a unos tres km de cada
uno de los dos pueblos más cercanos. Todo ello en medio de un valle que, por un
lado, es abrazado por la gran sierra de Mariola. Cerca, se ven una vieja ermita
y la caseta abandonada de lo que debió ser un apeadero del tren. La antigua
vía, ahora asfaltada, pasa muy cerca, y de ahí al pueblo es preciosa, con
tramos de árboles a ambos lados, y por momentos hundida entre bancales o
elevada sobre ellos. Como un km más lejos, se encuentra el actual trazado de la
vía ferroviaria.
Las
tres perras habían venido a saludarme hacía media hora, a pedirme caricias y
masajes, pero ahora estarían explorando por ahí. Las gatas estarían encerradas
arriba, en el enorme trastero. Se estaba poniendo el sol, al fondo del paisaje
otoñal. Aquí, estos días, no hace frío todavía. La viña y los árboles estaban
medio pelados, pero el colorido era hermoso. Las típicas hojas rojas, marrones
y amarillas, la hierba verde. Cielo azul y despejado, con algunos cirros. Esos
momentos en que todo se pone amarillo, las paredes, el metal del coche, el
suelo…
Un
momento ideal para desconectar de mi adicción a internet y a escuchar música
todo el tiempo. He decidido esperarla. Qué remedio. Pero no me molestaba, no
había prisa. Al principio lamentaba no haber traído ningún libro. Alguna vez he
estudiado inglés allí, después de comer en una jornada de vendimia, a la sombra
de la parte trasera en agosto, con la brisa moviendo altas hierbas y las hojas
del manzano, sentado a la entrada de la cochera, y ha sido una sensación muy
placentera.
Me
he acostado junto a la entrada de la bodega, y he pensado que era la clase de
situación que la gente suele referir como “punto de inflexión”, “momento
revelador”, el típico momento en que reflexionas y descubres lo que quieres
hacer durante el resto de tu vida. Así que, al parecer, eso debería estar
cociéndose ahora.
Bien,
el otro día pensaba que, tras haber estado trabajando en el campo, al aire
libre, en la naturaleza, jamás podré volver a hacerme a la idea de currar en
fábricas. Que me deprimiré a la primera semana.
Luego
he recordado un momento de hace casi ocho años. Sufría mobbing por parte de veteranos
de la fábrica donde trabajaba desde hacía dos meses. Era el cabeza de turco. Salí una madrugada de
marzo, a las 6 y casi media, todavía completamente de noche. El polígono estaba
muy silencioso. La noche, despejada, llena de estrellas. Junto a la fábrica, al
otro lado de la calle, había un solar descampado, donde un par de vagabundos
con síndrome de Diógenes, o algo así, acumulaban todo tipo de desechos. Los vi durmiendo
plácidamente. Habían situado un par de colchones, uno junto a la pared de la
fábrica, en una parte ancha de acera, encarada al descampado, y el otro bajo un
árbol. No hacía frío, y estaban bien cubiertos con mantas. A lo lejos se oía el
murmullo decreciente de un coche por la carretera, y sonó alguna remota campanada. Lo
que más me apetecía del mundo era acostarme allí mismo, en un colchón similar y
con una manta así. Les tuve envidia por dormir así, al raso, en medio del
pueblo, con esos tenues sonidos de fondo, y eso que mi vivienda estaba a cinco
minutos a pie. Me gusta la soledad, y la naturaleza, pero sin alejarme
demasiado de la humanidad, y de las comodidades occidentales. No me cambiaría
por ellos más que esporádicamente, efímeramente. Pero sí que hay veces que… por
una noche…
Me
viene a la cabeza un párrafo de Hermann Hesse en la novela “Narciso y Goldmundo”
de 1930:
Un vagabundo puede ser delicado o tosco,
hábil o torpe, valiente o medroso, pero, en el fondo, es siempre un niño, vive
constantemente en el primer día, antes del comienzo de la historia del mundo, y
se guía por unos pocos, sencillos impulsos y necesidades. Puede ser inteligente
o corto de alcances, puede tener un alma zahorí que acierte a descubrir cuán
quebradiza y pasajera es toda vida y en
qué manera pobre y angustiosa lleva todo ser vivo su miajilla de sangre cálida
a través del hielo del universo; o bien puede reducirse a obedecer infantil
y ávidamente los mandatos de su pobre estómago; en todo caso, será siempre
antagonista y enemigo mortal del hombre acomodado y sedentario, que le odia,
desprecia y teme porque no quiere que se le recuerde la fugacidad de todo ser,
el continuo declinar de toda vida, la muerte implacable y fría que llena el
mundo en torno nuestro.
Quizá a los 80 años, un buen día, se me haga la luz, y sepa a qué me quiero dedicar durante el resto de mi vida.
La
parte cántabra del Camino ha supuesto una aventura bastante distinta de lo que
fue la parte vasca. Las cosas malas:
El
clima no ha sido tan benevolente como hace 4 años. Nos ha impedido bañarnos en algunas
playas espectaculares.
La
mayor parte del Camino ha discurrido sobre asfalto. A veces por carreteras
secundarias sin apenas arcén. Cuando terminé la parte vasca, estaba convencido
de que algún día lo repetiría para llegar del tirón desde Irún hasta Fisterra,
en unos 40 días. El asfalto cántabro me ha hecho dudar de ello. En Euskadi el
Camino era generalmente camino, como debe ser.
Siempre va bien mezclar la apasionada práctica de deportes como el descansing con actividades culturales tipo "conocimiento del medio barístico".
En
Euskadi era más frecuente encontrar a mitad de etapa alguna fuente o algún bar.
Algunas etapas cántabras son más “desérticas” en ese sentido. Un desierto muy verde.
También hay más tramos mal señalizados que en Euskadi. Bien por la
presencia de albergues privados cuyos dueños pintan señales falsas para atraer
clientes, o porque a algunas personas no les interesa que el camino atraviese
ciertas zonas. También es cierto que en Euskadi nos sucedieron ambas cosas durante la etapa entre Markina y Gernika.
Las
cosas buenas:
Parte central de Comillas, bajando desde el albergue.
El
núcleo urbano más impresionante desde San Sebastián es Comillas. Un pedacito de
Praga en España. Un pueblo muy espectacular arquitectónicamente, y con un gran
entorno natural. Su albergue me recordó bastante al de Pasajes, que para mi
gusto fue el mejor albergue de Euskadi.
Playa de Noja, desde El Brusco.
Otra
de las mejores partes del Camino es la subida y bajada de El Brusco, colina
situada entre las enormes playas de Berria y Noja. Las vistas desde arriba son
sensacionales, y luego fue maravilloso recorrer descalzo la interminable playa
de Noja, de unos 4 o 5 km de longitud, y además muy ancha, ya que llegamos con la
marea baja.
Una de las playas brutales que vas encontrando antes de bajar a la de Somo.
Hay
varios km de senda por el borde de un acantilado que toca bastantes playas
espectaculares previas al descenso hacia la enorme playa de Somo, justo antes de cruzar en barco la ría hasta Santander. Es una zona repleta de surfistas y
escuelas de surf.
Fragmento del valle de Liendo.
El
valle de Liendo es muy bonito. Y al abandonarlo, procurad seguir el camino que
sube la montaña y se asoma a la playa de San Julián.
Los primeros días pudimos practicar bastante nuestro inglés. Había gente de diversas nacionalidades. El segundo país de donde más gente hace el Camino del Norte, tras España, es Alemania.
Albergue "La cabaña del abuelo Peuto" de Güemes (la parte pequeña del jardín).
El
albergue de Güemes es en sí mismo una de las curiosidades del Camino. Una
preciosa comuna creada por el teólogo-activista Ernesto, quien al poco de
licenciarse, hace 52 años, decidió tomarse un año sabático para recorrer mundo
con tres amigos, y ese año sabático duró 27 meses. Por las tardes cuenta su
historia y su ideología ante una audiencia compuesta por prácticamente todos
los peregrinos que se alojan allí, y es una delicia escucharle. Yo tenía mis
recelos, pues soy ateo, y temía un sermón católico. Nada más lejos. Nos habló
sobre el espíritu del camino, más allá de las creencias de cada cual, los
intereses políticos tras todas esas plantaciones de eucaliptos, las mejores
opciones para seguir por el Camino, la solidaridad, sus aventuras de juventud, el
funcionamiento del albergue…
Albergue de Comillas.
Los
albergues han sido generalmente mejores que en Euskadi (de donde tampoco tengo
queja). Cuatro de ellos me han parecido los mejores de lo que llevamos de
Camino, cada uno con su estilo: Liendo, Güemes, Boo de Piélagos (privado), y
Comillas. También me gustó bastante el de Santillana del Mar. El único albergue
regularillo ha sido el de Santander, que es un piso reformado y las duchas eran
fatales. Quizá el peor del Camino hasta ahora, aun teniendo en cuenta que el de
Gernika era un pabellón deportivo con colchones estrechos de hacer gimnasia o
esterillas en el suelo. Los demás bien o muy bien.
Bajando hacia Laredo.
El
paisaje es tan espectacular como en Euskadi. Playas enormes rodeadas de verdes
montes o acantilados, y bonitos valles y poblaciones.
En
Santillana y Comillas, los hospitaleros no cerraban el albergue, de modo que se
podía trasnochar, si previamente avisabas a otros peregrinos de que ibas a
salir y les pedías que no cerrasen la puerta.
Nada más llegar, junto a Elena, a Santillana del Mar, nos topamos con Miquel y Felipe, que acababan de llegar en coche. Lo aprovechamos para acercarnos al museo de Altamira, pero ya no quedaban entradas para ese día.
En
Comillas, el albergue cuenta con plazas para 20 peregrinos, pero el hospitalero
se pasó la tarde organizando el alojamiento, en otras casas-pensiones, de
quienes no cabían allí.
Hace
4 años, Colomer y yo recorrimos la parte vasca del Camino de Santiago.
Empezamos cogiendo un Bilmanbus nocturno desde Valencia. Llegamos a Irún hacia
las 7:30 de la madrugada, si no recuerdo mal. Buscamos una parroquia donde
conseguir las credenciales de peregrinos, y empezamos a caminar.
Aquiles cazando troyanos en la playa de Noja.
Esta
vez venían otros dos colegas que querían probar a hacer el Camino, y prefirieron
que fuésemos hasta Castro Urdiales en coche. Les costó bastante encontrar las
credenciales y luego prefirieron hacer algo de turismo, así que Colomer y yo
recorrimos dos etapas sin ellos. Luego se nos unieron para hacer otras tres
etapas. En Santander nos separamos, y tras otras dos etapas, al llegar a
Santillana, encontramos a otros dos amigos que también venían a probar. Con los
cuales llegamos a San Vicente de la Barquera (Tocaba llegar hasta Unquera,
pero la noche anterior salimos de fiesta por Comillas hasta la madrugada. Dormí
hora y media). Y luego, a poquita tarde, cogimos el coche para ver algo de los
Picos de Europa. De modo que, por tercera vez en mi vida, subí en el teleférico
de Fuente Dé, cenamos en Potes, y al día siguiente, por segunda vez en mi vida,
hice la Ruta del Cares.
Pasando en gabarra desde Laredo hasta Santoña.
Nuestras
etapas cántabras fueron:
1.
Islares
2.
Liendo
3.
Noja (albergue privado)
4.
Güemes
5.
Santander
6.
Boo de Piélagos (albergue privado)
7.
Santillana del Mar
8.
Comillas
9.
San Vicente de la Barquera
Por circunstancias, realizamos dos etapas cortas con sendas metas en Islares y San Vicente de la Barquera. Cuando lo repitamos entero, deberemos llegar directo desde Castro Urdiales a Liendo y desde Comillas a Unquera. Igual que en Euskadi deberíamos haber ido directo de Gernika a Bilbao sin parar en Lezama (aunque tiene un buen albergue), y quizá de Irún a San Sebastián, si quieres acortar días de Camino, aunque Pasajes es un lugar precioso y con buen albergue.
La playa de Berria, desde la arenosa senda ascendente de El Brusco. Por esa parte es como una enorme duna con mucha vegetación. Lo que ahora nos queda por recorrer será un poco menos fácil. En Euskadi y Cantabria, raramente alguna etapa alcanza los 25 km. En cambio, en Asturias y Galicia, casi todas las etapas superan los 25 km, y algunas de ellas alcanzan los 30 y pico. Y
siempre acabo llorando el último día de Camino. Señal de que ha sido una
pasada. Mi post sobre la primera parte del Camino (Euskadi)
Kumasi walk, de Ikebe Shakedown, año 2011, y New life, en directo, de Eddie Roberts, 2006.
Un temazo, muy alegre para mi percepción, que me recuerda a Woody Allen, aunque no estoy seguro de haberla escuchado en alguna de sus películas.
Bueno,
pues el curso ha terminado, hace un mes, y me he sentido fenomenal. No me he
perdido ni una clase.
En
septiembre me presenté a la prueba de nivel de inglés, para entrar en la
Escuela Oficial de Idiomas. Esperaba entrar en cuarto y sacarme el B1. Tenía
una idea exagerada del nivel que requerían estas certificaciones. Me sorprendió
agradablemente que me destinasen a quinto, con la gente que se acababa de sacar
ya el B1. Pero también temí que iba a ser uno de los últimos de la clase.
El
primer día lectivo, al escuchar cómo leían y hablaban algunos de mis
compañeros, me sentí mucho más seguro y motivado. Pensé que, si me lo curraba,
podía incluso sacar las notas más altas de la clase. Algo que se ha cumplido. No
he bajado de 9 en ninguno de los 11 exámenes. Le habré dedicado unas 15 horas
semanales.
Ahora
queda un año para la prueba definitiva de cara a conseguir el B2. Gente de la
clase decía ansiar la terminación del curso para olvidarse y descansar hasta el
comienzo del próximo. Yo, por mi parte, no pienso aparcarlo ni un día. Quiero sacar el C1 en
dos años. Y es de esperar que el nivel de exigencia aumente de un curso al siguiente. Si ya durante el curso se ha notado un buen incremento de la dificultad, sobretodo entre el examen de noviembre y el de febrero.
La
anécdota me sucedió en otro ámbito, hace tres semanas. En su día dejé el instituto
a mitad de segundo de BUP, y ahora iba a presentarme por libre al examen para obtener
el título de la ESO. Pero me salió trabajo en la empresita familiar de mis tíos
para dos noches: la anterior y la posterior al día del examen. Así que en todo
ese tiempo casi no iba a dormir. El examen constaba de tres partes. La primera
empezaba a las 9.30 de la mañana. La última terminaba a las 19.30, mientras que
el trabajo nocturno era de 19.00 a 6.
Avisé
a mi tía de que la segunda noche podía tardar un poco en llegar. Terminada la
primera noche, me acosté y puse el despertador para dos horas más tarde. Al
abrir los ojos, mi primera sensación fue de sorpresa por haber despertado antes
de que sonara la alarma, con lo rendido que estaba. Tanteé la mesita para
comprobar la hora, y no encontré el despertador. Seguí buscándolo a tientas, y di
con él al palpar junto a mis partes nobles. Eran las doce del mediodía. Ya
estaban empezando la segunda parte del examen. Debía haber acallado el
despertador de un manotazo, de modo inconsciente. Al tomar conciencia de lo
sucedido, me cagué en la hostia, pero al momento comprendí que era mejor así. Evidentemente, no estaba para conducir.
Así
que me volveré a apuntar para octubre. Y esta vez lo he de preparar bien.
También
he decidido presentarme, dentro de un año, a la prueba de acceso para la UNED
(la universidad a distancia). He de elegir entre Historia del arte o
Psicología, que son las dos carreras que me ilusiona estudiar. Me tira más
Historia del arte, pero seguramente intente hacer Psicología, que tendrá mucha
más salida al mundo laboral. Por lo que oigo, Historia del arte tiene tanto futuro como tocar la gaita en bodas, bautizos y comuniones. He comprado los libros introductorios de cada una,
para decidir con cierta perspectiva. En febrero debo tener claro a cuál me
presento, para apuntarme. También deberé mirarme bien un libro sobre comentarios
de texto, que es otra parte del examen, y, en caso de elegir Psicología, habré
de mirarme para el examen otro libro sobre Matemáticas aplicadas a las ciencias
sociales. La parte de inglés la doy por superada.
Así
que estos son mis proyectos de aquí a julio de 2016. Tres exámenes muy
importantes, uno en octubre y dos en junio, que ojalá no coincidan.
Nada
más salir del bar tras la cena, subimos al coche, y resultó que volvíamos al
pueblo. Uno de mis amigos debía levantarse temprano, hacia las 8:00. Ya lo
podían haber avisado antes de que pidiésemos la jarra de sangría, y antes de
que la consumiésemos con fruición, por mi parte convencido de que nos
dejaríamos caer por el Voodoo para pasar, al menos, una o dos horas. En la
oscuridad del asiento trasero, paseaba mi mano izquierda a lo largo de mi
pierna, arriba y abajo, sorprendido por la distinta percepción del tacto que me
confería la media borrachera. Notaba la piel completamente lisa, como si no
hubiese poros ni huellas dactilares. Era una lástima casi desesperante tener
que volver a casa en un momento así.
Como si todo el día hubieses llevado la noche en tu interior, y justo ahora se hubiese prendido tu mecha.
Y antes de acostarte has de escuchar varias horas de ritmos alegres y raros como el de "Deli" de Delorean (2009) o el de los imprevisibles 2 minutos finales de "Locomotive" de Guns n' Roses (1991). Porque el rescoldo tarda en apagarse.
En
mis trabajos, siempre procuro tener en cuenta que la salud es lo primero.
Aunque me aprieten y siempre estén gritando y exigiendo lo imposible, procuro
tener presente que mi integridad física es lo único que no se debe perder por
nada del mundo, ya que es irrecuperable. Si, para ser mejor trabajador, te
arriesgas demasiado y pierdes un brazo o un ojo, te van a echar del trabajo sin
miramientos.
Y
es complicado salir siempre ileso, tal como se trabaja en España, doce o trece
(a veces más) horas diarias bajo los berridos y quejas constantes de encargados
nazis, que en realidad no tienen claro cómo quieren que hagas las cosas, pues
casi siempre es al revés de como las estás haciendo, pero si las haces al revés
entonces es al revés del revés.
Aunque no seas de los que se paran a hablar.
Durante
el último English Date, un inglés que trabaja como profesor nos decía: “En
Londres, si hay, pongamos, 8 millones de personas y 7 millones de empleos, uno
siempre encontrará algo, porque la gente no aspira a permanecer toda su vida en la misma
empresa. Tú curras en algo hasta que te cansas, pongamos que a los tres años
decides cambiar, y encuentras libre el puesto de alguien que también ha
decidido cambiar tras un año en el mismo sitio. Aquí en España, no existe esa
movilidad laboral, porque la gente tiene otra mentalidad. Todos se agarran como
lapas a un trabajo, con intención de mantenerlo para toda la vida. De ese modo,
los empresarios encuentran fácil reducir los derechos laborales y endurecer las
condiciones, porque la gente teme exageradamente perder ese puesto. Y por eso alguien puede pasar mucho tiempo buscando sin encontrar trabajo”.
Relacionemos
esto con nuestra tradición de hipotecarnos a X años para comprar vivienda,
mientras que lo normal en el norte de Europa es vivir de alquiler, sin manías,
toda la vida.
Y ahora pienso
que, quizá, en el amor, el mundo entero sea demasiado español.
Porque ya seas alemán, senegalés o surcoreano, vas a reproducir, en uno u otro ámbito de la vida, las mismas tendencias irracionales. Por algún lado u otro va a explotar, en cada país, la tendencia a la desmesura en las relaciones sociales. Y los países que ahora atraviesan etapas más avanzadas de la evolución social, en otros momentos de la historia han ido por detrás, y en algún momento, dentro de siglos quizá, volverán a ir por detrás, y volverán a pasar delante, etc...
Y en cada momento los patrioteros de cada uno de los países que encabecen la carrera atribuirán ese éxito a supuestas virtudes inherentes a su nacionalidad (somos los más responsables, somos los más listos, somos los más disciplinados, etc...).
Pero el amor demuestra que ser lapa no tiene nacionalidad.
Tendrá una época más o menos larga en cada persona, tendrá un contexto histórico distinto para cada uno, tendrá...
Quizás
el tema musical que más haya escuchado en los últimos meses sea “Air” de Jason
Becker. Me hipnotiza, y la he de escuchar una y otra vez. Sus distintas
melodías se entrelazan, trenzándose y destrenzándose como hélices de ADN,
siendo lo más parecido que conozco en música moderna a J. S. Bach, A. Vivaldi y
J. Pachelbel.
Es
la máxima expresión del heavy metal neoclásico, quizá lo más alto que haya
llegado a volar un guitarrista de inspiración barroca. Becker tenía unos 15 o
16 años cuando la compuso, y 18 años cuando la grabó para su álbum debut en solitario “Perpetual
burn” de 1988, tras haber realizado dos discos con una banda llamada Cacophony.
Parece
que existen dioses vengativos, y que el chico hubo robado algún fuego celestial
para entregárnoslo a los mortales, ya que en 1989 empezó a notar los
primeros síntomas de una enfermedad degenerativa casi desconocida por aquella
época, ELA, Esclerosis Lateral Amiotrófica, que desde principios de los noventa
le mantiene físicamente paralizado, sin poder mover más que los ojos. Pero el Prometeo de la
guitarra ha seguido componiendo música gracias a un programa informático que
maneja con el movimiento de sus globos oculares. Todavía en 1990 fue votado como mejor guitarrista del año por los lectores de la revista Guitar Magazine.
Normalmente,
un heavy aficionado a la guitarra te dirá que los tres guitarristas más
influyentes de las 3 últimas décadas son Joe Satriani, Steve Vai e Yngwie Malmsteen. Éste último sacó su primer álbum instrumental en
1984, y casi gana el Grammy a mejor álbum de guitarra, con 19 añitos. Contenía
el temazo “Icarus' dream suite”, que empieza versioneando el “Adagio de Albinoni”
de Remo Giazotto.
Había
nacido el subgénero llamado “Neoclásico”, y enseguida se le sumaron multitud de
virtuosos como Tony MacAlpine, Vinnie Moore, Paul Gilbert y el adolescente Jason
Becker, el que más se acercó al Sol, el verdadero Ícaro de este mundillo.
Siempre
me ha sugestionado aquella frase que aparecía en el libro de latín de segundo
de BUP: “Mens sana in corpore sano”, aunque en la práctica, eso de mens sana no
vaya mucho conmigo. Veo a esta gente, cuyos cuerpos, en parte gracias a la
iluminación, pero también por esfuerzos deportivos y dietas cuidadas, semejan
esculturas clásicas de mármol o porcelana, y cómo son capaces de, mentalmente,
centrarse en la danza, sin sentirse cohibidos por la desnudez propia y la de
quienes les acompañan en la coreografía, convencidos de estar realizando una
actividad totalmente artística, que no debería escandalizar a nadie, y siento
que algo así, en intensidad y autoexigencia, debería ser el objetivo de mi vida,
aunque no me vea capaz de confiar en mis capacidades mentales.
Dicen que fue compuesta entre 1831 y 1836, inspirada por la amargura que Chopin sufría en Viena por la ausencia de sus familiares y amigos, quienes luchaban en Polonia contra la opresión del imperio ruso.
Me ha costado elegir entre alguna de
las interpretaciones que ofrece Youtube, porque estoy acostumbrado a la del
disco que compré hace casi 20 años, grabada por una pianista llamada Ida
Czernicka, de duración 8:53, y la mayoría me parecen muy diferentes a aquélla. Finalmente, ésta de Zimerman era la más parecida.
Aquéllo que dicen: "Para ser pianista debes dividir el cerebro en dos", me parece muy claramente reflejado en esta pieza. El otro día intentaba tocar parte de la melodía con la guitarra, y me parece de locura pensar en cómo cada mano ejecuta distintas escalas a la vez.
Es uno de
esos temas que a veces considero "mi canción preferida", junto a
"Estranged" de Guns N' Roses, la "Tormenta de verano" de
Vivaldi, "Stairway to heaven" de Led Zeppelin, el Allegro de la "Serenata nocturna" de Mozart, "Air" de Jason Becker, "Little wing" de Jimi Hendrix, "Prognosis" de Steve Morse, "Strawberry fields forever" de The Beatles, entre algunas otras.
En los noventa era bastante heavy, con aspiración de ir poco a poco conociendo música clásica. Mi tendencia preferida era el shred, o metal instrumental, tipo Joe Satriani, Vinnie Moore, etc. Con el tiempo he ido diversificando bastante mis gustos, tirando también hacia el indie, funk, afrobeat, balkan, jazz, ska, reggae, electrónica, celta, klezmer, soul, world music, flamenco, bossa nova...
He acabado aceptando que el heavy no es para fiestas, que hay temas muy buenos pero no son alegres y divertidos. Sin embargo, a la hora de elegir mi tema preferido, termino volviendo a la clásica, barroca, romántica (de principios del siglo XIX) y el heavy. ¿Tendencia patológica hacia lo triste y reflexivo? ¿No podría sentir igualmente como tema preferido el maravilloso "Samba dees days" de Stan Getz, el armónico "Smack my bitch up" de The Prodigy, el divertidísimo "Djindji Rindji Bubamara" de Emir Kusturica, el impresionante "Watermelon man" de Herbie Hancock, el exótico "Mandala" de Thievery Corporation, el mítico "Guns of Navarone" de The Skatalites, el asombroso "No somos máquinas" de Ojos de Brujo, el hipnótico "Entre dos aguas" de Paco de Lucía, el groovy "Goliath" de Monophonics, el jolgorioso "Home" de Edward Sharpe and the Magnetic Zeros, el irreverente "All outta angst" de NOFX, el encantador "Ja sei namorar" de Tribalistas...?