Ya
que estoy estudiando inglés, y también ha habido mucho trabajo desde que empezó
el año, decidí aprovechar los días de fiestas de mi pueblo, a principios de
mayo, en temporada baja, para visitar Londres.
Antes
de llegar, todos los que han estado allí me decían que me encantaría el
ambiente variopinto y multiétnico de sus calles, muy vivas, a diferencia de la
fría París. Es cierto. La gente me ha parecido generalmente muy amable.
Seguramente es, junto a (o tras) Amsterdam, la ciudad más cosmopolita de
Europa. También es en la que más museos puedes encontrar (y casi todos de
entrada gratuita, entre ellos los principales), y la que posee (dicen) la red
de metro más extensa y eficiente del mundo.
El
viernes 6 cogí un avión desde Valencia hacia las 11 de la mañana, y llegué al
pequeño aeropuerto de Stansted casi a la una, hora local y de Canarias. Cogí un
autobús National Express A7 hasta la estación de Waterloo, cerca de la cual se
encontraba mi albergue, adonde llegué hacia las 3 y media, habiendo comido un bocata en
el bus.
Una
vez instalado, decidí seguir la recomendación de la gente del albergue y
caminar por la ribera sur del Támesis desde el Westminster bridge hacia el
este. Lo primero que pasas es el London Eye, y un rato después la Tate Modern.
Durante el trayecto llama la atención, al otro lado del río, la gran cúpula de
St. Paul’s Cathedral.
St. Dunstan in the East.
Crucé
el río por el London bridge y llegué hasta St. Dunstan in the East, una
pequeña iglesia gótica que fue destruida primero por el Gran incendio de 1666,
y luego por los bombardeos nazis de 1941. En los 60 decidieron convertir sus
ruinas en un espacio ajardinado público, que se utiliza a veces para escenario
cinematográfico. Una solución hermosa y barata, en vez de reconstruir un templo
más.
Volviendo
hacia la zona de St. Paul’s Cathedral, compré sushi y busqué un parque donde
cenar (serían las 6 o 7 de la tarde). Luego vi la catedral por fuera y crucé un
puente para llegar a la Tate Modern.
St. Paul's Cathedral desde el balcón de la tercera planta de la Tate Modern.
Lo
mejor de la Tate son las vistas. Una alternativa a gastar 20 libras subiendo a
una cabina del London Eye. Hice algunas fotos desde el balcón de la tercera
planta, y recuperé fuerzas tomando una pinta de sidra en el bar de la sexta
planta, encarado al río. Un lugar perfecto para relajarte. Hay alguna sala
interesante, con un cuadro de Dalí y uno de Picasso, entre otros también merecedores
de verse, pero en general no esperes gran cosa expuesta allí. La mayoría de sus
obras son de baja calidad.
Ya
de noche, compré algo más de sushi y fui a comerlo por la entrada de St.
James’s Park, y a dar una vuelta por los monumentales edificios de Westminster
y la zona de Piccadilly y Trafalgar Square.
El
clima era estival. Ola de calor. En manga corta de noche. Más buen tiempo que
en casa. Ya me había sucedido al visitar Edimburgo en pascua de 2007. Tronadas
por Valencia y sol en Escocia. He tenido suerte con el clima en mis escasos
viajes.
El
sábado me levanté hacia las 7 y media para visitar el váter y la ducha. Las
duchas eran malas. Una sólo sacaba el agua helada, y en la otra costaba un rato
encontrar un término medio entre quemarte y congelarte. Era un albergue de los
más baratos de la ciudad, con un trato excelente por parte del personal y una
ubicación magnífica, y desayuno gratuito, y una boca de metro nada más cruzar
la calle. Muchas cosas muy buenas, pero no descansabas bien. Estaba situado
junto a una carretera muy ruidosa, y sonaba toda la noche como si los coches
pasasen por en medio de la habitación.
St. James's Park.
A
las 9 y poco estaba en la cola para entrar a Westminster Abbey. El interior es
impresionante. Lo malo es que no puedes hacer fotos. Luego fui a comprar fruta
y sushi por Piccadilly para comer en St. James’s Park. Recorrí el parque, chulísimo,
y cogí un desvío erróneo en mi idea de llegar caminando al Natural History
Museum, con lo que me metí por la zona pija de Belgravia y Brompton, cerca de
Chelsea.
Interior del espectacular edificio que alberga el Natural History Museum.
Hice otro ratillo de cola para entrar al museo, donde estuve quizá
tres horas. Espectaculares los esqueletos de dinosaurios y el edificio en sí, y
muy buenas las pastas de la cafetería. También, subiendo las escaleras,
encuentras una pequeña sala dedicada a los “tesoros”. Un fragmento del primer
meteorito documentado que se vio caer en Gran Bretaña, un pedacito de roca lunar, la
primera edición de “El origen de las especies”…
A
la salida, me metí por primera vez en el metro y compré la Oyster card. Llevaba
unas 24 horas en la ciudad, y hasta entonces había visto viable y preferible
caminar a todas partes. Pero ahora debía llegar a Camden Town para pasar la
tarde, acorde a mi planificación, y se me ajustaba el horario. Además, caminar
ya empezaba a cansarme más de lo debido, porque había olvidado llevar correa y
cada día se me caían más los pantalones. Cosas del directo.
La esclusa del canal en Camden Town.
Camden
es una especie de pueblo-mercado, muy atractivo, y estaba abarrotado. No lo vi
todo, pero me gustó. Tras un par de horas dando vueltas, compré algo de comida
y fui a merendar junto a la esclusa del canal, viendo cómo se vaciaba y llenaba
para dar paso a las embarcaciones. El ambiente era festivo y acogedor. Desde
allí, fui a The Regent’s Park, que es enorme, y seguí el canal hasta Little
Venice, adonde llegué ya de noche.
The Regent's Park.
Y
luego caminé hasta la gran estación de Paddington, cuyo aspecto me decepcionó
un poco porque esperaba algo más espectacular. Quizá de día luzca mejor. Es una
estación construida en 1854. Yo me imaginaba encontrar algo tipo la Estació del
Nord, de Valencia, sin caer en que esta es de 1917 y resulta mucho más bonita
por ser de estilo modernista.
Y
de ahí volví a casa en metro.
Uno de los leones alados asirios del British Museum.
El
domingo fue mi mejor día. Tocaba el British Museum, uno de los 4 grandes museos
del mundo (junto al Louvre-París, el Hermitage-San Petersburgo y el
Metropolitan-Nueva York) y el clima seguía siendo estival. Puedes entrar al
atrio una hora antes que al resto del museo. Allí, en sus tiendas, me tentaba
todo, incluso las corbatas, prenda que siempre me ha atraído tanto como a los
gatos la cebolla o a los vampiros el ajo.
Creo que este relieve pertenece a Nínive.
Las primeras salas que visité fueron
las de escultura egipcia, donde nada más entrar te encuentras un montón de
gente alrededor de la urna que contiene la piedra Rosetta. Junto a ellas, las
de relieves asirios, con los leones alados. Paseando entre esas imágenes
sacadas de las antiguas Nimrud y Nínive, sentía que era el momento más perfecto
del viaje, un día para no tener prisas y disfrutar.
Cerámica griega de hace alrededor de 2400 años.
Muchos
de los objetos espectaculares que hubiera querido fotografiar (principalmente
en las zonas dedicadas a cerámica griega y romana y escultura india y china) están
en urnas y en salas con iluminación buena para la vista e insuficiente para la
cámara, lo que casi siempre imposibilitaba obtener fotos diáfanas, porque usar
flash contra un cristal es todavía peor.
La santa compaña de China.
A
mediodía salí para comer en algún bar. Probé el típico fish & chips, aunque
sabía de antemano que era una comida cutre, pero una vez que estaba en tierras
inglesas debía comprobarlo. Luego visité el mercado de Covent Garden y la
pintoresca calle de Neal’s Yard. Y volví pronto al British Museum.
Shiva y Parvati, dioses con mucho roce, como es debido.
Subí
a la parte de la antigua India y China. Y luego, a la otra zona egipcia. La del
hombre de Gebelein. Y, como en todos los museos, no llegué a quedarme hasta la
hora de cierre, porque acabas exhausto y durmiéndote de pie. Di una vuelta
final por las tiendas del atrio y me compré una camiseta y un par de tazas.
Al
salir, volví a Piccadilly para comprar la merienda y largarme hacia Kensington
Gardens. Es el parque que más me gustó, aunque St. James’s también es brutal.
Quizá porque el domingo estaba siendo el día más calmado. El día que me hinché
a hacer fotos. Los parques son el antídoto ideal para el estrés. Son inmensos y
contienen multitudes jugando con balones, paseando, sentados en grupo o pareja,
o acostados. Y no ves ni un insecto que te pueda incordiar.
A punto de comer en Kensington Gardens, mi parque preferido.
Mientras
anochecía, crucé Hyde Park para volver a casa. Y luego decidí coger el metro y
acercarme al Tower Bridge. De allí volví caminando hasta la Tate, donde crucé
al otro lado para ver la fachada del espectacular The Royal Courts of Justice.
Y seguí caminando hasta el albergue, hecho un trapo. Una vez allí, pensaba
acostarme, pero había concierto en el pub de abajo y me quedé un rato y me bebí
mi primera cerveza inglesa. Soy más de sidra.
The Royal Courts of Justice. Pedazo de palacio.
El
lunes me levanté un poco cansado, y quería hacer mil cosas para poder ir a
Stonehenge el martes. Cogí el metro hasta Temple para fotografiar de día el
Royal Courts of Justice, y estuve en St. Paul’s Cathedral un rato antes de que
abriesen, esperando encontrar una gran cola, pero no la había. Anduve un par de
horas por allí dentro, y salí algo fatigado tras haber subido y bajado un buen
número de escalones hasta lo más alto de la cúpula.
Tower Bridge visto desde la Tower of London.
De
ahí a la Tower of London, que es un castillo enorme, aunque no me produjo
demasiada emoción. Un español está más que acostumbrado a ver castillos.
Seguramente mi desdén de esos momentos tenía que ver con la sensación de ir a tener
que visitar el váter pronto. Notaba el vientre descompuesto. Aunque también me
parecía haber caído en la mayor “tourist trap” de la ciudad. 25 libras por
entrar y otras 5 por una guía totalmente innecesaria.
Shri Swaminarayan Mandir. Al igual que en Westminster Abbey y St. Paul's Cathedral, no podías hacer fotos por dentro.
Volví
al albergue para “imprimir”, cosa que no apetecía en los aseos del castillo,
con gente haciendo cola, y esa sensación de insalubridad de los váteres en
lugares tan concurridos. Y salí pronto para hacer un desplazamiento más largo
de lo habitual en metro y visitar el templo hindú Shri Swaminarayan Mandir. Pasé
algo de susto porque iba cabeceando. Estuve casi durmiendo en varias ocasiones,
y temía encontrarme en una de esas sin mochila. Al llegar a Dollis Hill vi claramente
el acierto enorme de haber cambiado de albergue, porque al principio había
reservado uno en esa alejada zona, a 6 o 7 km del centro, y lo cambié la última
semana. El barrio no daba sensación de seguridad, y las 2 – 3 horas que anduve
por allí no me sentí nada tranquilo. El templo hindú no quedaba lejos del
estadio de Wembley, al cual no me acerqué porque todavía planeaba entrar a la
National Gallery, que cerraba a las 18:00.
Volví
al centro desde Neasden tratando titánicamente de no dormirme en el metro, otra
vez, y entré en la National Gallery a las 16:30 más o menos. No pude ver muchas
salas, aunque era muy interesante. Por la parte que estuve, al azar, había
cuadros de Murillo, Velázquez, Monet, Renoir, Seurat… pero físicamente era mi
peor día. Estaba cayéndome de sueño. Tras haberme sentado en tres de las salas,
decidí penosamente irme, media hora antes del cierre.
Westminster Palace & Big Ben.
Al
salir, estaba lloviendo débilmente, y el agua me espabiló un poco. Me puse la
capa impermeable, saqué la cámara y empecé a hacer fotos, primero en Trafalgar
Square y, luego de una frugal comida en Green Park, continué haciendo fotos por
Westminster. Tenía la sensación de estar viendo, al fin, el verdadero Londres, de cielo gris, con los reflejos luminosos sobre el pavimento mojado.
Más
tarde, fui a la estación de Waterloo para ver dónde podía comprar el billete de
autobús para regresar al aeropuerto la noche siguiente, y averiguar de dónde se
cogía ese autobús. El A7. También quería saber cómo ir a Stonehenge. Me costó
dos horas, preguntando a algunas personas y yendo de acá para allá, desesperado,
poder enterarme de que el lugar que buscaba no era ni Waterloo ni la estación
de autobuses de Victoria Station, que se encarga de los autobuses internos de
la ciudad, sino la Victoria Coach Station, que resultó ser de donde salen los
autobuses estatales. Llegué a las once de la noche, compré el billete para el
regreso al aeropuerto, y me informaron de que era demasiado tarde para
gestionar el tour guiado a Stonehenge. Que lo podría hacer a primera hora de la
mañana.
El London Eye desde Westminster Bridge.
El
martes a las siete salía preparado para una larga jornada lluviosa, con el
impermeable puesto y la mochila colgada con todo lo necesario. Nada más
detenerme al borde de la calle para cruzar hasta el cajero, un autobús que pasaba
pisó un charco enorme y me dejó chorrando de rodillas para abajo. Acto seguido,
el cajero automático me vio cara de tonto y se me tragó la tarjeta. Llamé al
número que aparecía en pantalla, se puso una máquina y, para colmo, con todo el
ruido de la calle no entendía ni papa. Llamé a mi banco y no lo cogían. Claro,
la sucursal estaría cerrada por fiestas patronales.
Volví
al albergue. Vi que me quedaba más dinero del que había pensado, y podía pasar
el día. Me cambié de pantalones y zapatillas, y fui a Victoria Coach Station.
Quedaba el tour guiado de medio día, por 47 libras. Salida a las 14:00 y
regreso a las 20:00. Me pareció ideal. Todavía podría visitar alguna cosilla
más antes de ir a Stonehenge.
St Pancras. No he visto Harry Potter. Dicen que es la estación de la peli.
Visité
primero la estación de St. Pancras, muy bonita, neogótica de 1863 (y esa escultura de 9 metros en el interior es preciosa), y luego Leadenhall market. Comí muy bien en un pequeño bar oriental por esa zona, en King William Street.
En
Stonehenge, la primera sensación al acercarte a las piedras es de no ser tan
grandes como pensabas. Las verticales tendrán aproximadamente el doble de
altura que una persona normal. Las fotos suelen engañar porque la gente que
ves, en realidad, no está entre las piedras ni junto a ellas, sino a cierta
distancia. Al menos a unos 5 metros en el punto donde más cerca se nos permite
estar. Por razones de preservación, hace años que dejó de estar permitido
tocarlas y pasear entre ellas.
Stonehenge. La prueba irrefutable de que, hace 4500 años, algunos constructores ya dejaban las obras a medias y se largaban con la pasta. No es una moda nueva.
El
tour guiado de 6 horas se queda un pelín corto, porque cuatro horas las pasas
yendo y viniendo en el autobús, y de las casi dos horas que estás allí, se te
va la mayor parte del tiempo visitando el monumento y pasando por la tienda
antes de entrar al centro de interpretación, que es realmente interesante y
merecería un buen rato más.
Lo
peor de Londres fue el regreso al aeropuerto. Como el avión salía a las 7 de la
mañana, decidí llegar con antelación, por si las moscas. Mi autobús salía a las
2:30. Pero a la una nos encontramos con que la estación de autobuses cerraba y
nos echaban a la calle. Había techo, pero si querías sentarte debía ser en el
suelo, y no creo que hubiese sitio para todos. Había que dejar paso a los
autobuses que partían. Era una noche lluviosa y algo fría, y había niños. No
quiero pensar en la gente que deba coger un autobús de madrugada en noches de
invierno, con mal tiempo de verdad.
Cogí
el autobús sin una certeza absoluta de que fuese el mío, y no estuve tranquilo
hasta que reconocí el aeropuerto. Luego, por allí, me moría de sueño. Tenía
algunos libros en inglés. En Camden había comprado Drácula, de Bram Stoker, y La metamorfosis, de Kafka, pero leí poco. Al momento de sentarme en el avión
estaba durmiendo. Creo que ni pude esperar a comprobar si despegábamos sin
incidentes.
Mi
padre me recogió en Valencia. Al llegar a casa, fui al banco para anular la
tarjeta tragada por el cajero. Todo bien, excepto que me habían cobrado el
dinero que había llegado a marcar para sacar y no había llegado a salir: 40
libras. Unos 66 euros. Así que la moraleja de este viaje es: puedes temer a
gente de la calle, pero quien te acabará atracando normalmente son los bancos.
.......................
PD:
1.- Al cabo de unos meses vi que me habían devuelto los 66 euros.
2.- Si hubiese tenido un día más, habría dedicado unas horas a visitar tranquilamente la National Gallery, y hubiera ido a ver la casa museo de Sigmund Freud, que queda algo lejos del centro. Quizá también, de paso, el cementerio Highgate, que está un poco más arriba. Y dar otra vuelta por Camden.
Además, se me quedaron por ver Borough market y Notting Hill.
3.- Si algún día vuelvo, he de visitar Oxford y Bath. Y he de probar una bebida llamada Pimm's, que según dicen es el equivalente inglés a nuestra sangría.
.......................
PD:
1.- Al cabo de unos meses vi que me habían devuelto los 66 euros.
2.- Si hubiese tenido un día más, habría dedicado unas horas a visitar tranquilamente la National Gallery, y hubiera ido a ver la casa museo de Sigmund Freud, que queda algo lejos del centro. Quizá también, de paso, el cementerio Highgate, que está un poco más arriba. Y dar otra vuelta por Camden.
Además, se me quedaron por ver Borough market y Notting Hill.
3.- Si algún día vuelvo, he de visitar Oxford y Bath. Y he de probar una bebida llamada Pimm's, que según dicen es el equivalente inglés a nuestra sangría.
Magnífica entrada sobre tu periplo por Londres!
ResponderEliminarLa primera vez que fui a esa ciudad me sorprendió la variedad racial y de estilos. Y también que en los parques permitiesen tumbarse en el césped para leer, jugar, saltar... aquí venía el guardia de la porra e echarte.
He visto casi todo lo que mencionas, pero no fui hasta Stonehenge, a pesar de mis raíces celtas 😱
Me encantó el British Museum y he vivido manifestaciones en Trafalgar
Scuare ante la embajada de Sudáfrica
Y tremendo por San Patricio un año que me coincidió.
Pero después conocí París y, aunque no discuto de que los parisinos sean unos snobs clasistas y estirados, ay, me enamoré de sus bulevares, edificios y monumentos, museos, la sainte Chapeille, etc etc.
En fin, que no sé si soy más de papá que de mamá.
Bicos😘 guapo😍 !
Tremendo concierto por San Patrick, quería decir, todos vestidos de verde y la mayor concentración de pelirrojos que he visto jamás😄
ResponderEliminar¡Muchas gracias, Lou!
ResponderEliminarSí, París también me encantó. Fui en 2004. El ambiente de la calle no es ni remotamente tan atractivo como el de Londres, pero es más monumental, y me cautivaron los parques, también enormes, como el de Luxembourg o el Bois de Boulogne, y los museos del Louvre, Orsay y Renoir. Y las catedrales: Notre-Damme, Ste. Chapelle, Sacre Coeur.
Recuerdo el último atardecer desde el Gran arco de La Défense, mirando esa enorme avenida recta de 7 u 8 km que empieza allí, pasa por el Arco de Triunfo y la Place de La Concorde y termina en la pirámide del Louvre. Estaba en el límite del enorme centro y, en dirección opuesta, hacia el sol poniente, el paisaje era más verde y el urbanismo más disperso. Era un lugar que se me antojaba futurista, tal como imaginábamos lo futurista cuando éramos niños, como cuando paseo después de comer por los jardines del Turia, en Valencia, viniendo desde las Torres de Serranos, y llego a lo de Calatrava. Politiqueo aparte, es un lugar especial, distinto a todo.
He estado en pocas capitales extranjeras: Amsterdam, París, Budapest, Praga, Edimburgo y Londres. (Y Andorra La Vella, de pequeño). Y en todas ellas, quitando Edimburgo, se me han quedado cosas importantes por ver y he pensado que regresaría.