(Carl
Sagan –Cosmos, 1980)
El Camino de Santiago sería un intento de cristianizar una antigua y sagrada ruta de peregrinación que recorrían para presenciar la tumba del Sol y el mundo de los muertos emplazado frente a las costas de Finisterra, el Finis Terrae de los romanos. En los primeros siglos de nuestra era, los caminantes se dirigían hasta allí para ver de cerca la muerte –la del Sol, que allí se hunde en las aguas del Atlántico-, y salir fortalecidos de esta experiencia simbólica. El hecho de quela Vía Láctea
apunte hacia el oeste, reforzaba las antiguas supersticiones que invitaban a
caminar en esa dirección. Por ello, uno de los nombres más comunes para referirse
al Camino es la Vía
Láctea.
El Camino de Santiago sería un intento de cristianizar una antigua y sagrada ruta de peregrinación que recorrían para presenciar la tumba del Sol y el mundo de los muertos emplazado frente a las costas de Finisterra, el Finis Terrae de los romanos. En los primeros siglos de nuestra era, los caminantes se dirigían hasta allí para ver de cerca la muerte –la del Sol, que allí se hunde en las aguas del Atlántico-, y salir fortalecidos de esta experiencia simbólica. El hecho de que
(Los
caminos del norte a Santiago, 2010)
Los vikingos creían que se dirigía al Valhalla, donde van las almas al morir, Los celtas aseguraban que llevaba al castillo de la reina de las hadas, mitos chinos y japoneses se refieren a ella como un río de plata, para los griegos era un reguero de leche derramada del pecho de Hera...
Los vikingos creían que se dirigía al Valhalla, donde van las almas al morir, Los celtas aseguraban que llevaba al castillo de la reina de las hadas, mitos chinos y japoneses se refieren a ella como un río de plata, para los griegos era un reguero de leche derramada del pecho de Hera...
(Wikipedia)
Demócrito (460-370 a .C.) sugirió
acertadamente que tan solo se trataba de un conglomerado de muchísimas
estrellas como el Sol. Como es normal, no le creyó ni Cristo. Los mitos suenan
más hermosos que la física.
Es una guerra perdida. Eternamente lo será.
Quizá mi condición de dibujante frustrado por
inconstancia infantil determina que siempre me haya gustado caminar o conducir
de noche, especialmente dentro de los pueblos y ciudades. El paisaje
silencioso, solitario y lleno de luces y sombras, semeja un cuadro al cual se
añade la dimensión del movimiento, la opción de ingresar en él y cambiarle a tu
gusto los puntos de fuga, redefinir con cada milímetro que avanzas las líneas
que conforman la perspectiva. La ciudad está compuesta por incontables paisajes
de cuadro, uno distinto por cada minúsculo movimiento que efectúes.
La gente se recoge en los interiores de miles de
viviendas que me rodean y me permite el uso casi exclusivo de los grandes
espacios abiertos, confiriéndome una sensación que se acerca a la de intimidad
(intimidad al aire libre, un lujo). Me recuerda los infantiles sueños de viajes
interestelares. Los parpadeantes semáforos son estrellas. Las misteriosas
viviendas son planetas habitados, cada uno con sus alegrías o problemas, cada uno
un pequeño centro del universo, un insignificante objetivo prioritario de la
creación.
Me maravilla la sensación de que existen tantas
historias inaccesibles ahí, al otro lado de cada muro, cada ventana.
En cada época pretérita.
En cada planeta habitado.
¿Insondables del todo? Los rasgos de
personalidad se van copiando y repitiendo de unos individuos a otros, incluso
sin que se conozcan entre sí. La diversidad no es ilimitada. Si han existido,
como se calcula, cerca de 115.000 millones de personas en la historia del
mundo... ¿Se habrán dado casos de personalidades calcadas por completo?
Durante la adolescencia, cuando subíamos a la
montaña para pasar la noche en el refugi de Agres y visitar el pico del
Moncabrer, yo solía abandonar el refugio a la hora de la puesta de sol. Allá
abajo divisaba una inmensa extensión de bancales atravesados por pueblos,
carreteras, caminos y cadenas montañosas menos altas, una detrás de
otra, hasta donde se perdía la vista. A punto de ocultarse el sol, una especie
de arco iris inmenso y horizontal, acostado, ceñía todo el ecuador de la bóveda
celeste, rodeándome, y yo deducía que miles de personas desde hace milenios lo
habrían observado fascinados como yo y se habrían sentido inducidos en momentos
así a preguntarse por el sentido de la existencia y el de sus propias vidas
individuales. Mi fantasía era que los distintos vientos, poniente, tramontana,
xaloc, gregal, etc…, que tanto han trajinado por el mundo, pudiesen contarme
las historias de toda esa gente antigua que han conocido. Sus tribulaciones y
alegrías. Sus momentos de mayor intimidad, sus temores, sus proyectos, y el
resultado, los destinos finales de todo ello.
Hace entre diez y quince años mis amigos y yo
solíamos frecuentar un pub rockero de Alcoy que se llamaba Hobby. Cuando notaba
que me había pasado con la bebida, y me reconocía abocado a pasar un día entero
de cama, vómitos, y mareo, ya fuera en mitad de la noche o rayando el alba,
empezaba a caminar en dirección a casa, unas dos-tres horas de aceras, arcenes y caminos,
atravesando casi todo Alcoy, siguiendo por el bucólico trazado de lo que antaño
había sido la vía del tren hasta Cocentaina, y de ahí otro tramo de antigua
vía, entre bancales, hasta Muro. Unos trece o catorce kilómetros. Al llegar
había quemado con creces todo el alcohol sobrante.
Había realizado un cálculo para entender, a
escala humana, algunas distancias fundamentales:
Si el Sol midiese medio milímetro, la Tierra se
hallaría situada a cinco centímetros de él.
El último planeta de nuestro sistema solar,
Neptuno, lo orbitaría a metro y medio.
La estrella más próxima, Alfa Centauro, se
encontraría a 13 kilómetros.
Nuestra galaxia, la Vía Láctea,
mediría del uno al otro extremo tres millones de km.
La galaxia de Andrómeda, M31, una de las más
cercanas, estaría situada a 75 millones de km.
Todo esto si el Sol midiese solo medio
milímetro.
Podía imaginar la magnitud de un viaje
interestelar. Yo partía de una minúscula Alfa Centauro al salir del Hobby y, transcurridas mis dos o tres horas de caminata, visitaba conjuntamente todo el Sistema
Solar en el momento justo de acostarme, ya libre de toxinas, fresquísimo. Todo
lo demás, todo el trayecto, había sido el espacio interestelar, prácticamente
puro vacío.
Probad a recorrer 13 km entre dos estrellas de
medio milímetro y entenderéis que me cueste creer en ovnis, pese a estar
convencido de la existencia, en nuestra misma galaxia, de millones de planetas
habitados.
El invento humano más alejado de la Tierra es la nave
Voyager 1, lanzada en 1977 para investigar los planetas y satélites del sistema
solar exterior. Su velocidad actual es de 17
km por segundo. No se ralentiza
debido a la ausencia de fricción en el vacío. Se encuentra ahora poco más de
cuatro veces más lejos que Neptuno.
Si su trayectoria la llevase (que no es el caso)
hacia el sistema solar más próximo, Alfa Centauro, tardaría a esa velocidad
79.295 años en llegar.
El camino solitario entre campos de olivos, a
veces bordeado de cañas, evocaba épocas más rústicas. Cuando la noche era
peligro y frío. Cuando el fuego de una hoguera se hacía indispensable para
ahuyentar a los depredadores.
La temperatura media en Plutón, a 5.900 millones
de km del Sol, es de -215º C. Así que no me quiero imaginar el frío que debe
hacer en el espacio fuera de las galaxias.
Pienso: Cincuenta mil dioses con cincuenta mil
nombres y atributos distintos han sido temidos sobre estos mismos caminos y
campos. Quizá no exagero con esa cifra. Cincuenta mil dioses con distintas
leyes, distintos ritos, distintos dogmas y distintas definiciones del bien y el
mal.
Y distintos pronósticos sobre el destino de la
vida y el universo.
El
árbol Yggdrasill, situado en el “centro”, simboliza y al mismo tiempo
constituye el universo. Su cima toca al cielo y sus ramas abarcan el mundo. Una
de sus raíces se hunde en el país de los muertos (Hel), la otra llega al país
de los gigantes y la tercera al mundo de los hombres. Desde que brotó, es
decir, desde que el mundo fue ordenado por los dioses, Yggdrasill estuvo
amenazado de ruina, pues un águila comenzó a devorar su follaje, su tronco
empezó a pudrirse y la serpiente Niddhog se puso a roerle las raíces. Un día no
muy lejano Yggdrasill caerá, y entonces sobrevendrá el fin del mundo.
(Mircea Eliade –Historia de las creencias y las ideas religiosas, tomo II, capítulo 173. Yggdrasill y la cosmogonía de los antiguos germanos, 1978)
(Mircea Eliade –Historia de las creencias y las ideas religiosas, tomo II, capítulo 173. Yggdrasill y la cosmogonía de los antiguos germanos, 1978)
Me resultan hermosas algunas de las ideas religiosas caducas y por ello inocuas, o vigentes en otras partes del mundo pero que a nosotros no nos afectan en el desarrollo de nuestras vidas. No se les puede negar su condición de cuentos preciosos:
Toda cultura humana se alegra de la existencia de ciclos en la naturaleza. Se pensó entonces que estos ciclos no podían existir si la voluntad de los dioses no lo hubiese querido así. Y si hay ciclos en los años del hombre, ¿no podría haber también ciclos en las eras de los dioses? La religión hindú es la única de las grandes fes del mundo que inculca la idea de que el mismo Cosmos está sujeto a un número de muertes y de renacimientos inmenso, de hecho infinito. Es la única religión en la que las escalas temporales corresponden, sin duda por casualidad, a las de la cosmología científica moderna. Sus ciclos van de nuestro día y noche corrientes hasta un día y una noche de Brahma, que dura 8.640 millones de años, más tiempo que la edad de la Tierra o del Sol y una mitad aproximadamente del tiempo transcurrido desde el big bang. Y hay todavía escalas de tiempo más largas.
Hay en esta religión el concepto profundo y atrayente de que el universo no es más que el sueño de un dios que después de cien años de Brahma se disuelve en un sueño sin sueños. El universo se disuelve con él hasta que después de otro siglo de Brahma, se remueve, se recompone y empieza de nuevo a soñar el gran sueño cósmico. Mientras tanto, y en otras partes, hay un número infinito de otros universos, cada uno con su propio dios soñando el sueño cósmico. Estas grandes ideas están atemperadas por otra quizás más grande todavía. Se dice que quizás los hombres no son los sueños de los dioses, sino que los dioses son los sueños de los hombres.
Hay en esta religión el concepto profundo y atrayente de que el universo no es más que el sueño de un dios que después de cien años de Brahma se disuelve en un sueño sin sueños. El universo se disuelve con él hasta que después de otro siglo de Brahma, se remueve, se recompone y empieza de nuevo a soñar el gran sueño cósmico. Mientras tanto, y en otras partes, hay un número infinito de otros universos, cada uno con su propio dios soñando el sueño cósmico. Estas grandes ideas están atemperadas por otra quizás más grande todavía. Se dice que quizás los hombres no son los sueños de los dioses, sino que los dioses son los sueños de los hombres.
(Carl Sagan –Cosmos, 1980)
Siempre habrá quien elabore mensajes tipo éste o parecidos (Aunque parezca imposible creer en cazurradas así, es un copiapega, no me lo invento, y conozco a alguien que lo colgó en Facebook, totalmente en serio):
Los eclipses son siempre rasgaduras que rompen de alguna
manera el tejido espacio-tiempo (la mente) y que permiten la entrada de nuevas
energías a la Tierra. Y
este importantísimo portal de eclipses de noviembre es la preparación cósmica
para el gran portal de irradiación Crística dorada que será el 12-12-12 (12 de
diciembre del 2012). En el 12-12-12 la Tierra es impregnada por una gran irradiación Crística
proveniente de la energía del Sol central de la galaxia. La Tierra deja de estar
aislada y esa energía del Espíritu, Dios Padre-Madre, lo femenino en perfecto
equilibrio con lo masculino, sustentando la energía de la Unidad , del Amor
Incondicional, inunda la Tierra ,
rompiendo definitivamente el velo de separación que la ha mantenido durante
milenios como un planeta de exilio y de oscuridad.
Nos creemos especiales y seguimos imaginando dioses que se
preocupan por nosotros. Las religiones se reinventan prometiendo la llegada de
“la conciencia de la quinta dimensión” o cualquier energía espiritual que viene
para salvar a la humanidad.
Me entristece la falta de empatía que ello supone, para con
los miles de millones de personas (sin contar las demás especies de seres
vivos) que nos han precedido sufriendo la crueldad del mundo, pasando guerras,
torturas, hambre, humillaciones, desamores… Parecería que toda esa gente fue
menos importante que quienes ocupamos el mundo en la actualidad. Como si sólo
nosotros hubiéramos sido merecedores de que las injusticias del mundo terminen
durante nuestra vida.
El mundo definitivamente no se destruye. No hay ninguna
"apocalipsis" del final del mundo. Pero lo que si hay es un mundo
nuevo que todos sin excepción, y con independencia de creencias, nivel de
comprensión y estado de conciencia, podemos y podremos notar. Simplemente con
que echemos la vista atrás, hacia unos cuantos pocos años atrás, podremos ver
un mundo completamente diferente y que a partir de
ahora se moverá en una velocísima espiral de cambio y de renovación.
Podremos hablar de que
La única renovación que veo en todo esto es la del discurso religioso, siempre en busca de nuevas brechas por donde penetrar en las mentes incautas. En tiempo de decadencia del Imperio Romano triunfó el cristianismo, pero si no se hubiese impuesto, es casi seguro que hoy el mundo sería mayoritariamente mitraísta. Era la otra secta de enorme popularidad en aquellos tiempos. La humanidad siempre vivirá en un tira y afloja con alguna institución mística dominante.
El optimismo y el pesimismo, como filosofías cósmicas, muestran el mismo humanismo ingenuo; el ancho mundo, tal como lo conocemos por la filosofía de la naturaleza, no es ni bueno ni malo, ni se preocupa por hacernos felices o desgraciados. Todas estas filosofías tienen su origen en el egocentrismo, y un poco de astronomía es la mejor manera de corregirlas.
(Bertrand Russell – Por qué no soy cristiano, 1956)
Me engancha la visión de esos conglomerados de variopintos
grados de oscuridad que, sobre los relieves del asfalto y las alineadas aceras,
forman sombras pertenecientes a objetos opuestos a distintas fuentes de luz.
Cada esquina que giro me descubre un nuevo mundo lleno de vida invisible con
intimidades insondables y percepciones inimaginables. Algún que otro insecto
vagabundo, para el cual posiblemente el universo no sea más grande que esta
calle y yo sea un dios temible, hace su propio camino ignorando la itinerante
reverberación de las distintas luces intermitentes y contínuas que me
acompaña, acompasada al ritmo de mis pasos, surfeando sobre casi todo tipo de
superfícies: las de los bancos de madera empapados de lluvia, con brazos de acero,
las persianas metálicas, las papeleras y contenedores, los vehículos aparcados, las baldosas que piso…
Carl Sagan, en plan juguetón, conjetura “una jerarquía
infinita de universos, de modo que si penetramos en una partícula elemental,
por ejemplo un electrón de nuestro universo, se nos revelaría como un universo
enteramente cerrado. Dentro de él, organizadas como el equivalente local de
galaxias y estructuras más pequeñas, hay un número inmenso de otras partículas
elementales mucho más diminutas, que a su vez son universos en el nivel
siguiente, y así indefinidamente: una regresión infinita hacia abajo, sin fin.
Y lo mismo hacia arriba. Nuestro universo familiar de galaxias y estrellas,
planetas y personas, sería una única partícula elemental en el siguiente
universo superior, el primer paso de otra regresión infinita.
Esta es la única idea religiosa que conozco que supera a la del número sin fin de universo cíclico infinitamente viejo de la cosmología hindú. ¿Qué aspecto tendrían estos otros universos? ¿Estarían construidos sobre leyes físicas distintas? ¿Tendrían estrellas y galaxias y mundos, o algo muy distinto?”
Esta es la única idea religiosa que conozco que supera a la del número sin fin de universo cíclico infinitamente viejo de la cosmología hindú. ¿Qué aspecto tendrían estos otros universos? ¿Estarían construidos sobre leyes físicas distintas? ¿Tendrían estrellas y galaxias y mundos, o algo muy distinto?”
ALGUNOS DATOS REALES
Año luz: 9.460.730.472.580,8 km
Diámetro del Sol: 1’4 millones de km
Sol - Tierra: 150 millones de km
Sol – Neptuno: 4.498 millones de km
Sol - Alfa Centauro: 4’37 Años luz (41.343.392.000.000 km)
Diámetro de la
Vía láctea: 100.000 años luz (9.460.730.472.580.800.000 km)
Así que:
La distancia entre el Sol y la Tierra es 107 veces el
diámetro del Sol.
La distancia entre el Sol y Neptuno es 30 veces la distancia
de la Tierra
al Sol.
La distancia del Sol a Alfa Centauro es 275.622,6 veces la distancia de la Tierra al Sol.
El diámetro de la Vía Láctea es 63.071.536.484 veces la distancia
entre la Tierra
y el Sol.
La distancia entre la Vía
Láctea y Andrómeda es de 25 veces el diámetro de la
Vía Láctea.
When you go
on camping trips you’re stuck right out in nature
Foraging
the forests like a primate
Using
sharpened tools instead of hotplates
Your thumb
and forefinger supposed to show you’re not a wild beast
You can
hear their noises at night time
They don’t
have to keep a certain bedtime
See in the
shapes of my body
Leftover
parts from the apes and the monkeys
Sometimes
when I lie awake I hear the rainfall on my tent fly
I think of
all the insects that are sleeping
And wonder
if the animals are dreaming
In the days
of the caveman and mammoths and glaciers
Bugs and
trees were your food then; no pyjamas and doctors
And when I
finally get to sleep, I dream in technicolor
I see
creatures come back from the Ice Age
Alive and
being fed inside a zoo cage
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