lunes, 22 de septiembre de 2014

Mi Camino del norte a Santiago, en agosto de 2011

Colomer en el albergue de Pasai Donibane, al atardecer.

















Cuando más he disfrutado llevando una vida ordenada sin considerarlo algo contrario al hedonismo fue durante el Camino.

Cada día me levantaba con los primeros, allá a las 06:15. Recogía mis cosas en silencio, tratando de no despertar a nadie, las sacaba a la entrada del albergue, desayunaba allí un plátano o una zanahoria, junto a otros, entraba para despertar a Colomer hacia las 06:30, comprobaba bien que no había dejado nada mío por allí, y hacia las siete en punto arrancábamos un grupo de unos veinte “peregrinos”.

Recorríamos la etapa antes de la hora de comer, llegando al destino entre la una y las tres del mediodía. Comíamos de menú en algún bar, con vino y casera. De este modo, siempre encontrábamos sitio en el siguiente albergue, y disponíamos de toda la tarde para lavar y tender la ropa, defecar, ducharnos, visitar los rincones interesantes del lugar, nadar en la playa, o emborracharnos si el pueblo estaba en fiestas, algo que sucedía muy a menudo, pues el verano en la cornisa cantábrica es corto.

Saliendo de Pobeña.

Colomer consiguió llegar a Castro, pese al esguince de tobillo que arrastraba. Por ello, en las dos últimas horas de cada etapa, nos quedábamos siempre rezagados respecto al "pelotón".


Me lavaba los dientes un par de veces diarias, cosa que a veces en casa me da pereza, pero allí me apetecía. Es igual que cuando no eres capaz de estudiar en la soledad de tu casa, pero sí en una biblioteca llena de gente, donde no quieres ser, ni parecer, el más irresponsable. Cada tarde buscaba una frutería y compraba algo, especialmente para desayunar algo sano el día siguiente.

El tiempo parecía pasar muy despacio, pues cada día estaba repleto de distintas situaciones agradables que recordar. Lugares pintorescos, charlas espontáneas con gente hasta entonces desconocida o poco conocida, anécdotas, pequeñas aventurillas, fiestas, ligeros percances que in situ parecieron dramáticos…

La primera mañana, en Hondarribia, nos equivocamos de montaña. Atravesamos toda la parte de playa hasta el final, y por allí subimos. Nos costó luego varias horas encontrar un camino que llegase al santuario de Guadalupe, adonde llegamos a la una y media del mediodía. Debimos haber perdido unas cuatro horas. En la foto estoy desesperado. Son las tres de la tarde, y todavía no hemos perdido de vista Irún, donde nos habíamos apeado del autobús a las 07:30. Lo peor es que al llegar había notado que las zapatillas nuevas no me entraban bien. Eran de mi talla, pero la punta me apretaba demasiado. Quizá no lo había notado antes porque no llevaba una mochila cargada. Así que empecé la etapa con unas zapatillas de futbito cuya suela era como papel de fumar. Ese día dormimos en Pasaia, y al segundo día, ya en Donostia-San Sebastián, pude comprar otras zapatillas. Pero ya no me iba a librar de las ampollas.


Recordabas sucesos acontecidos dos o tres días atrás como si hubiesen transcurrido varias semanas, con gente entonces nueva, y que ahora eran grandes colegas, al lado de los cuales habías hecho decenas de kilómetros y conversaciones de toda clase.



Parte del grupo más madrugador, que solía empezar a caminar a las siete de la mañana. Si no recuerdo mal, estamos en Larrabetzu, tras almorzar sabrosos pintxos allí mismo.


Recuerdo salir de Zarautz por el paseo entre mar y carretera, en dirección a Getaria, empezando a rayar el alba, y detenernos a mirar atrás, hacia las diversas cadenas montañosas cuyos extremos se hundían en las aguas, y reconocer apenas, forzando la vista, sobre el más lejano de aquellos montes, la torreta del Igeldo, y pensar, “Sólo hace 24 horas estábamos subiendo la otra parte de esa remota montaña, saliendo de Donostia-San Sebastián, y todavía no habíamos entablado relación con nadie, y ahora mismo ya es como si a algunos los conociésemos de hace mucho. Recorrimos distintas partes de la ruta junto a distintas personas, y nada más entrar al pueblo, nos sentamos en un parque junto a la iglesia y presenciamos una boda vasca, y por primera vez he nadado en el Cantábrico, y anoche, al volver del bar donde cenamos, con vino en las venas, encontramos de nuevo a gran parte de los compañeros de ruta en el jardín del albergue, alrededor de uno que tocaba la guitarra y cantaba de categoría, y vivimos un ambiente festivo que tratamos de alargar todo lo posible”.

Entre Pobeña y Castro, el noveno día. Debido a la mala situación del tobillo de Colomer, cogimos un atajo, siguiendo la poco transitada carretera rural junto al mar. Esto es un túnel entre Mioño y Castro, por la antigua vía del tren.


Minutos antes, al abandonar el albergue todavía bajo las estrellas, nos habían llegado insultos por parte de exaltados y reposantes turistas jóvenes, desde altos balcones de apartamentos. Nos acusaban de ser tontos católicos, aunque creo que ninguno de nosotros lo era. Hacíamos el Camino por deporte, por ver múltiples paisajes, por viajar barato, por conocer gente, por cualquier motivo no religioso. Apenas había dormido por culpa del silbido de mosquitos y el ronquido de algún peregrino, pero me sentía lleno de energía.

Al subir a la montaña tras haber salido de Gernika, nos vimos envueltos en una hermosa niebla matinal.


Algunas noches, cuando nos hallábamos en una localidad que celebraba sus fiestas, los encargados del albergue nos permitían volver a las 24:30 en lugar de la hora habitual de cierre, que eran las 22:00. Regresábamos tocadillos de bastante vino y algo más, y me costaba dormirme. Y de madrugada, al sonarme el despertador del móvil a las 06:15, me levantaba de un salto con toda la ilusión del mundo, como si hubiese dormido nueve horas.

La desesperación me partía el alma cuando me vi regresando en autobús desde Castro Urdiales hacia Bilbao, donde por la noche debíamos coger otro autobús hacia Valencia. Eran las once de la mañana, el único día que nos habíamos permitido dormir hasta tarde. Lo que más deseaba del mundo era seguir con aquella rutina de una etapa por día. Era increíble la cantidad de lugares y personas que habíamos conocido bastante bien durante nueve días. Unos doscientos kilómetros recorridos. Por mi memoria desfilaban imágenes y sensaciones diversas, todas encantadoras. Sentía que mi estilo de vida ideal era ese. Una etapa por día, durante meses. Hubiera llegado a Fisterra y empalmado con cualquier otro camino imaginable, en cualquier parte del mundo. Dicen que hay uno similar en Japón, y también se puede ir sobre la Muralla china…




El décimo día volvimos a Bilbao por la mañana, con idea de pasar por allí el día hasta las 22:30, hora de salida de nuestro Bilmanbus en dirección a Valencia. Sin esperarlo, nos encontramos que era el primer día del Aste Nagusia, un fiestorro brutal por el casco viejo.








Quien pase por Donostia-San Sebastián, y quiera probar a recorrer algún tramo del Camino: Entre Pasajes y Donostia hay una preciosa senda que transcurre por la montaña con el mar al lado, y puede durar un par de horas, aproximadamente. Si pasáis por allí, no perdáis la ocasión de hacer un rato de senderismo ligero.



La senda que va desde Pasajes hacia Donostia, por el monte Ulía.

Abajo, el final de este mismo tramo. Llegando a Donostia.



Y os dejo unos temazos alegres, de propina. "Guanabara" de Marcos Valle (2002) y "Owata" de Smashing Pumpkins (2011).






3 comentarios:

  1. Yo sólo he hecho los últimos 100km. del Camino francés, pero me parecieron paisajísticamente maravillosos. Está claro que el del Norte también lo es.
    Bicos!

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    1. Yo sueño con completar el del norte, que me cautivó. Me gustaría empezarlo de nuevo y hacerlo entero, Irún-Fisterra, que serían unos 40 días. Pero me temo que lo tendré que ir recorriendo por tramos, ya que cuando hay tiempo no hay dinero, y viceversa. A ver si encuentro un trabajo y puedo continuarlo el verano próximo, al menos cinco o seis etapas.

      En 2005, en el casco viejo de Pontevedra, vi en el suelo una curiosa línea de lucecitas azules, entre los monumentos. Un amigo nos dijo que marcaban el Camino. Será el Camino Portugués. Era de noche, y me pareció muy hermoso. Si algún día completo el del Norte, quizá luego haga el Portugués o el Primitivo, que pasa por Oviedo y Lugo. El Francés está en cuarto lugar en mis preferencias. Será difícil que llegue a hacerlo.

      Tuvimos una suerte inmensa con el clima. Sólo nos llovió, poquito, una noche, en el albergue de Pobeña. Y se desató una tormenta enorme justo cuando acabábamos de llegar a la estación de autobuses de Bilbao para regresar a Valencia.

      Me alegra que te pases por aquí. Una voz muy humana entre los estepicursores que atraviesan rodando este blog fantasma. ¡Buenas noches!

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    2. Mucha gente hace el Camino por etapas en épocas distintas. Compostela es un hervidero de peregrinos.
      Suele suceder eso, cuando tienes una cosa, no tienes la otra, raramente las dos a la vez; supongo que es la ley de la compensación.

      Me paso habitualmente por aquí, como seguro otra gente nada fantasmagórica jeje.
      Bicos!

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