Hay
épocas en que dejo de intentar elaborar comentarios que no me nacen. Lo veo
como un descanso.
El
problema es que hay que ser sociable, y quieres serlo como todo el mundo. Necesitas
ser capaz de generar respuestas ingeniosas, irónicas, que hagan reír o sonreír,
y que expresen clara y elegantemente lo que sientes, sin sonar demasiado
radical.
Hoy
ha tocado simulacro de incendio durante la clase de inglés. Fuera de la
escuela, la situación pedía bromear. Algunas chicas me miraban, ofreciéndome
ocasión de realizar algún aporte a la conversación. Todavía no nos conocemos
gran cosa. Y yo seguía completamente en blanco, sonriendo, teniendo claro que
no se me iba a ocurrir nada, y sin ganas de agobiarme demasiado por ello.
Vertiendo mi necesidad de rebeldía contra el imperativo social de “que hay que
hablar”…, ya que es imposible rebelarme contra mi falta de verborrea,
imperativo biológico. Simplemente acostumbrado a que, de donde no hay, nada vas
a sacar.
Vuelvo
a casa y me pongo a leer páginas interesantes de blogs, cuyos otros visitantes
responden cordiales y amables, con mayor o menor gracejo o elegancia, cada uno
con su estilo, pero todos han improvisado alguna respuesta elocuente. Y me sabe
mal irme sin decirle al autor lo mucho que me ha gustado el post, pero necesito
evitarme el ridículo de ir soltando obviedades, sin más.
Aunque
no comente, casi siempre podréis contar con mi sonrisa.
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