lunes, 3 de septiembre de 2018

Hablablablar



No, no tenemos que hablar. Las cosas (si han sido destrozadas con saña) no se arreglan hablando. Ese mantra concede ventaja a los taimados, a los listos, a los falsos, a los que les da igual estropear algo, porque con disculpas y explicaciones van a salir indemnes, ejercitando con oficio su fluidez o perseverancia verbal. Las cosas se cuidan, para que no se rompan, para que no se tengan que arreglar. No me váis a camelar ahora. Disculpas, tergiversión y de rositas. No, no vamos a hablar. La verdad se encuentra en los hechos. No los transfiguremos con palabras. Algo como "Hablar mucho de uno mismo es un modo de ocultarse", dejó escrito Nietzsche. Pues eso. No necesito más puñales en la espalda. El mal que se comete por error, por desconocimiento, es perdonable. No así el que se comete por maldad, con toda la intención de parasitar y luego pedir perdón, como genuinos productos de esta tradición judeocristiana nuestra. No, no debemos perdonarlo todo. Hay que reeducar a la sociedad para que se valore como prioritario evitar dañar, en lugar de dañar y pedir perdón. Que esta costumbre engendra demasiados caraduras. Hago lo que me dé la gana y, si se enfadan, ya me disculparé y excusaré. NO, No podemos aceptar esa clase de disculpas.



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