domingo, 23 de septiembre de 2018

Septiembre, otra vez igual


Pensado fríamente, parece lógico tener que estudiar algo para obtener luego un trabajo. Pero cada vez que lo intento, mi cuerpo se niega. Cualquier palabra en el libro de texto me hace pensar en algo distinto, expulsando mi mente de esa materia. La única materia que me ha conseguido enganchar es el inglés, porque nunca ha supuesto estudiar, sino que se aprende de otras maneras. El B2 no me ha resultado muy complicado. Pero será difícil que pueda aprobar un C1 sin irme a vivir a algún país angloparlante, porque ese nivel ya exige mucha más implicación y constancia. Me distraigo demasiado.

Es devastador ver que empiezo una FP semipresencial de electricista y, cada día, voy posponiendo actividades y lecturas relativamente fáciles. Sé que debo abrir el libro, pero me siento incapaz. Necesito, en cambio, realizar cualquier actividad física. Salir a nadar, a caminar, jugar a futbito, ir a un gimnasio... Hacer algo que tenga que ver con estar vivo, con no tener que desconectarte de tus sentidos. El resto de seres vivos no estudian. Mucha gente cree que es inadecuado beber leche porque "el ser humano es el único animal adulto que la consume". Bueno, también somos los únicos animales que cocinamos paella y nadie dirá que es mala. Pero se quejan del consumo de leche y nadie dice que sea malo estudiar, aunque nunca veremos a un rinoceronte con gafas, absorto en la memorización de frases y resolución de ejercicios matemáticos.

Lo peor es que no creo que un psicólogo me pudiese ayudar a derribar esa resistencia mental. Todo lo que me pueda argumentar ya me lo he repetido miles de veces yo mismo, y no me funciona.

Voy a empezar a ir a alguna biblioteca, a ver si ese es el truco. Si he de estar fuera de casa para poder estudiar.

Me ilusiona la idea de apuntarme a un curso de dibujo y pintura. Es algo que dejé a medias a mis 9 años, porque me aburría seguir el método de encajar, de proporcionar, quería pasar directamente a los detalles. Y fantaseo con recuperar esa afición, empezando desde cero, aprendiendo correcta y metódicamente. Tenía mirado un curso subvencionado que cuesta 85 euros por año. Tardes de lunes a viernes, de 18:30 a 21:00. Pero este es el tercer curso seguido que me quedo con las ganas de apuntarme. Siempre me pilla septiembre buscando trabajo, sin la certeza de saber dónde estaré dentro de un mes, y qué horario laboral me va a tocar. Y este curso, además, me he apuntado a esa FP de electricista, que ya ha empezado y todavía no sé si seré capaz de tomarme en serio.

No sé qué quiero hacer. No confío en ser capaz de aprender algo en modalidad semipresencial, sin ir a clase casi nunca. Y no puedo dedicar dos años a una FP presencial porque necesito trabajar. Y no sé si podré volver a encontrar un trabajo. Ya en todo se exige experiencia. Es imposible cambiar de sector, y necesito salir de la industria textil y, a poder ser, de las fábricas, en general. No sé qué es lo mío, pero está claro que esto no.

lunes, 3 de septiembre de 2018

Incertidumbre



Antes de coronar a alguien, asegúrate de que no te considera su súbdito, sino su consorte.

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Lo que más me carcome es no tener claro si ella es plenamente consciente de la manipulación a la que me sometía, y si hay o no algo de sinceridad en sus disculpas o, por el contrario, simplemente trata de retener un súbdito.

Dudo en su favor cuando la recuerdo físicamente, su lenguaje gestual, su mirada, y me reafirmo en su contra cuando recuerdo sus palabras y su voz, en cada audio de wasap que vuelvo a escuchar.

Me jode no poder estar convencido al 100% de haber actuado correctamente al dispararle mis verdades en wasaps interminables a quemarropa durante esta última semana.




Hablablablar



No, no tenemos que hablar. Las cosas (si han sido destrozadas con saña) no se arreglan hablando. Ese mantra concede ventaja a los taimados, a los listos, a los falsos, a los que les da igual estropear algo, porque con disculpas y explicaciones van a salir indemnes, ejercitando con oficio su fluidez o perseverancia verbal. Las cosas se cuidan, para que no se rompan, para que no se tengan que arreglar. No me váis a camelar ahora. Disculpas, tergiversión y de rositas. No, no vamos a hablar. La verdad se encuentra en los hechos. No los transfiguremos con palabras. Algo como "Hablar mucho de uno mismo es un modo de ocultarse", dejó escrito Nietzsche. Pues eso. No necesito más puñales en la espalda. El mal que se comete por error, por desconocimiento, es perdonable. No así el que se comete por maldad, con toda la intención de parasitar y luego pedir perdón, como genuinos productos de esta tradición judeocristiana nuestra. No, no debemos perdonarlo todo. Hay que reeducar a la sociedad para que se valore como prioritario evitar dañar, en lugar de dañar y pedir perdón. Que esta costumbre engendra demasiados caraduras. Hago lo que me dé la gana y, si se enfadan, ya me disculparé y excusaré. NO, No podemos aceptar esa clase de disculpas.