Quizás
el tema musical que más haya escuchado en los últimos meses sea “Air” de Jason
Becker. Me hipnotiza, y la he de escuchar una y otra vez. Sus distintas
melodías se entrelazan, trenzándose y destrenzándose como hélices de ADN,
siendo lo más parecido que conozco en música moderna a J. S. Bach, A. Vivaldi y
J. Pachelbel.
Es
la máxima expresión del heavy metal neoclásico, quizá lo más alto que haya
llegado a volar un guitarrista de inspiración barroca. Becker tenía unos 15 o
16 años cuando la compuso, y 18 años cuando la grabó para su álbum debut en solitario “Perpetual
burn” de 1988, tras haber realizado dos discos con una banda llamada Cacophony.
Parece
que existen dioses vengativos, y que el chico hubo robado algún fuego celestial
para entregárnoslo a los mortales, ya que en 1989 empezó a notar los
primeros síntomas de una enfermedad degenerativa casi desconocida por aquella
época, ELA, Esclerosis Lateral Amiotrófica, que desde principios de los noventa
le mantiene físicamente paralizado, sin poder mover más que los ojos. Pero el Prometeo de la
guitarra ha seguido componiendo música gracias a un programa informático que
maneja con el movimiento de sus globos oculares. Todavía en 1990 fue votado como mejor guitarrista del año por los lectores de la revista Guitar Magazine.
Normalmente,
un heavy aficionado a la guitarra te dirá que los tres guitarristas más
influyentes de las 3 últimas décadas son Joe Satriani, Steve Vai e Yngwie Malmsteen. Éste último sacó su primer álbum instrumental en
1984, y casi gana el Grammy a mejor álbum de guitarra, con 19 añitos. Contenía
el temazo “Icarus' dream suite”, que empieza versioneando el “Adagio de Albinoni”
de Remo Giazotto.
Había
nacido el subgénero llamado “Neoclásico”, y enseguida se le sumaron multitud de
virtuosos como Tony MacAlpine, Vinnie Moore, Paul Gilbert y el adolescente Jason
Becker, el que más se acercó al Sol, el verdadero Ícaro de este mundillo.