viernes, 27 de junio de 2014

Fragmento de “Los cuatro jinetes del apocalipsis” (Vicente Blasco Ibáñez, 1916)


  Madariaga había conocido días tristes de guerra y violencias. Se acordaba de los últimos años de la tiranía de Rosas, presenciados por él al llegar al país. Enumeraba las diversas revoluciones nacionales y provinciales en las que había tomado parte, por no ser menos que sus vecinos, y a las que designaba con el título de “puebladas”. Pero todo esto había desaparecido y no volvería a repetirse. Los tiempos eran de paz, de trabajo y abundancia.

  -Fíjate, gabacho –decía, espantando con los chorros de humo de su cigarro a los mosquitos que volteaban en torno de él-. Yo soy español, tú francés, Karl es alemán, mis niñas argentinas, el cocinero ruso, su ayudante griego, el peón de cuadra inglés, las chinas de la cocina, unas son del país, otras gallegas o italianas, y entre los peones los hay de todas castas y leyes… ¡Y todos vivimos en paz! En Europa tal vez nos habríamos golpeado a estas horas; pero aquí todos amigos.

   Y se deleitaba escuchando las músicas de los trabajadores: lamentos de canciones italianas con acompañamiento de acordeón, guitarreos españoles y criollos apoyando a unas voces bravías que cantaban el amor y la muerte.

   -Esto es el arca de Noé –afirmó el estanciero.

   Quería decir la torre de Babel, según pensó Desnoyers, pero para el viejo era lo mismo.

   -Yo creo –continuó- que vivimos así porque en esta parte del mundo no hay reyes y los ejércitos son pocos, y los hombres sólo piensan en pasarlo lo mejor posible gracias a su trabajo. Pero también creo que vivimos en paz porque hay abundancia y a todos les llega su parte… ¡La que se armaría si las raciones fuesen menos que las personas!

   Volvió a quedar en reflexivo silencio, para añadir poco después:

   -Sea por lo que sea, hay que reconocer que aquí se vive más tranquilo que en el otro mundo. Los hombres se aprecian por lo que valen y se juntan sin pensar en si proceden de una tierra o de otra. Los mozos no van en rebaño a matar a otros mozos que no conocen, y cuyo delito es haber nacido en el pueblo de enferente… El hombre es una mala bestia en todas partes, lo reconozco; pero aquí come, tiene tierra de sobra para tenderse, y es bueno, con la bondad de un perro harto. Allá son demasiados, viven en montón, estorbándose unos a otros, la pitanza es escasa, y se vuelven rabiosos con facilidad. ¡Viva la paz, gabacho, y la existencia tranquila! Donde uno se encuentre bien y no corra el peligro de que lo maten por cosas que no entiende, allí está su verdadera tierra.

   

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