A
las 6 de la mañana, en nochevieja, todavía quedaba bastante gente en el gran
pub donde estábamos, y el olor, recargadísimo, se me hacía insoportable. Me
preguntaba de dónde provenía. Pensé que, mayoritariamente, podía proceder de la
concentración de exhalaciones tras tantas horas de consumo masivo de Plis-Plai,
la bebida popular autóctona (café licor con coca-cola), una bomba de cafeína,
azúcar y agua carbonatada, que ensucia los dientes como ningún otro licor. A
veces también creo que ese olor se debe al sudor de toda la noche, mezclado con
la acumulación de todo lo que se echa encima la gente. Colonias, maquillajes,
espumas, lacas, gominas, ceras… Era horrendo.
Entonces,
aunque puedan quedar chicas con cuerpos naturalmente atractivos, me suelen
repugnar por toda esa pintura facial. Y veo a otros yendo a saco a por ellas,
tratando de arrancarles algún beso, y me cuestiono acerca de la naturaleza de
esa repugnancia propia y de esa aquiescencia ajena. Cómo es que les da igual
todo eso, esos olores y texturas violentas y antinaturales, con tal de
conseguir echar un polvo. Cómo es que a mí, tras nueve vasos, me importa. ¿Qué
hacemos aquí?
En
momentos así, me parece lamentable ver a los tíos tratando de seducir, algunos
sin gracia, con los típicos “piropos de obrero", creyéndose ingeniosos, a
chicas que les aprovechan para mejorar su propia autoestima, rechazándoles con
sarcasmos aprendidos y mil veces ensayados, pretendiendo parecer ingeniosas. Dáos cuenta de que, a estas horas, la gente que merecía ligar ya no está aquí. Somos los despojos de la noche. tíos y tías.
No
es que me sintiera superior. Simplemente, no quería ser ni como ellos ni como
yo.
Y
me sentía un poco ridículo, apoyado en la barra, bebiendo agua y notándome
medianamente sobrio, habiendo consumido tres plis-plays, un ron-cola y
cinco martinis con naranja, echando de vez en cuando una furtiva mirada a la guapísima camarera, y suponiendo que estarían hasta la coronilla de todos nosotros, ella, sus compañeras, y sus parejas, quienes quiera que fuesen, que casi seguro estaban ya por allí. Quedaba una hora para poder coger el primer autobús, y
fantaseaba con volver a casa caminando, una vez más, esos 14 km, a pesar del
frío, en lugar de aburrirme esperándolo. Pero C**** no tenía esa intención, y no iba a dejarle solo. Me
tocaba maldecir de nuevo la falta de autobuses nocturnos. Hubiera estado en
casa hace rato. Siempre he odiado la idea de tener que pagar un taxi por falta
de transporte público. No somos ricos.
Quedábamos
los dos más indolentes. El resto salían a ligar. Los dos muy inteligentes,
M**** y L****, hacía rato que estaban enrollándose con sendas chicas atractivas.
Los dos muy cortos, M**** y O****, se habían largado a la otra zona de fiesta, tras
haber molestado involuntariamente a unas cuantas, tratando de conectar, con
frases aprendidas, tan bastas que a veces les hacen pasar por más machistas de
lo que quizá realmente son, aunque algo de eso tienen, por contagio social. Habíamos quedado 6 para
cenar en Alcoy. El resto estaban, casi todos, de viaje por Cracovia. Quedábamos,
charlando y bebiendo lentamente junto a la barra, los dos que casi siempre
salimos a pasar el rato y casi nunca intentamos nada. Los que nunca nos hemos
sentido cómodos con nosotros mismos, con nuestros cerebros. Los
acomplejados sin remisión, que encajaríamos como personajes secundarios en
novelas de Murakami. Y era justo lo que, diez horas antes, hubiese apostado que
sucedería.
Antes
de que empezara la noche, tenía claro que la terminaría con esa sensación de
navío varado, maldiciendo el no haberme tocado una lotería que me permitiese
estar ahora en Islandia o Noruega, posiblemente congratulándome de haber visto
mi primera aurora boreal, en un nuevo país que sumar a mi corta lista,
seguramente solo y sobrio, pero más contento e ilusionado.
Al
menos, no estaría hartándome de alcohol con tal de no quedarme en casa sabiendo
que todo el mundo está de fiesta. Hay noches señaladas en que no me apetece
salir, pero sé que, si me quedo en casa, voy a estar peor. Sé que, si pudiese
dedicar un año a viajar y ver mundo, me cuidaría mucho mejor. Haría bastante
más ejercicio, porque estaría más animado.
Fue una mala nochevieja.
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