Madariaga había conocido días tristes de guerra y violencias. Se
acordaba de los últimos años de la tiranía de Rosas, presenciados por él al
llegar al país. Enumeraba las diversas revoluciones nacionales y provinciales
en las que había tomado parte, por no ser menos que sus vecinos, y a las que
designaba con el título de “puebladas”. Pero todo esto había desaparecido y no
volvería a repetirse. Los tiempos eran de paz, de trabajo y abundancia.
-Fíjate, gabacho –decía, espantando con los chorros de humo de su
cigarro a los mosquitos que volteaban en torno de él-. Yo soy español, tú
francés, Karl es alemán, mis niñas argentinas, el cocinero ruso, su ayudante
griego, el peón de cuadra inglés, las chinas
de la cocina, unas son del país, otras gallegas o italianas, y entre los peones
los hay de todas castas y leyes… ¡Y todos vivimos en paz! En Europa tal vez nos
habríamos golpeado a estas horas; pero aquí todos amigos.
Y se deleitaba escuchando las músicas de los trabajadores: lamentos de
canciones italianas con acompañamiento de acordeón, guitarreos españoles y
criollos apoyando a unas voces bravías que cantaban el amor y la muerte.
-Esto es el arca de Noé –afirmó el estanciero.
Quería decir la torre de Babel, según pensó Desnoyers, pero para el
viejo era lo mismo.
-Yo creo –continuó- que vivimos así porque en esta parte del mundo no
hay reyes y los ejércitos son pocos, y los hombres sólo piensan en pasarlo lo
mejor posible gracias a su trabajo. Pero también creo que vivimos en paz porque
hay abundancia y a todos les llega su parte… ¡La que se armaría si las raciones
fuesen menos que las personas!
Volvió a quedar en reflexivo silencio, para añadir poco después:
-Sea por lo que sea, hay que reconocer que aquí se vive más tranquilo
que en el otro mundo. Los hombres se aprecian por lo que valen y se juntan sin
pensar en si proceden de una tierra o de otra. Los mozos no van en rebaño a
matar a otros mozos que no conocen, y cuyo delito es haber nacido en el pueblo
de enferente… El hombre es una mala bestia en todas partes, lo reconozco; pero
aquí come, tiene tierra de sobra para tenderse, y es bueno, con la bondad de un
perro harto. Allá son demasiados, viven en montón, estorbándose unos a otros,
la pitanza es escasa, y se vuelven rabiosos con facilidad. ¡Viva la paz,
gabacho, y la existencia tranquila! Donde uno se encuentre bien y no corra el
peligro de que lo maten por cosas que no entiende, allí está su verdadera
tierra.