Hará un año, uno de mis mejores amigos se quejaba, muy indignado, de que alguien le había roto el retrovisor del coche, y el muy sinvergüenza se había largado sin dejar una notita ni decir nada. Inmediatamente, me vino a la mente un recuerdo de adolescencia. Él y otro eran los más activos del grupo, los que llevaban la iniciativa, los líderes naturales. Cuando nos emborrachábamos, al otro le daba por pegar manotazo sin avisar a todos los timbres de cualquier bloque de pisos, lo que nos obligaba a todos a salir corriendo. Una noche, cuando teníamos 15 años, el verano del 93, entre ambos, golpearon los retrovisores de ocho o diez coches aparcados seguidos. No sé si destrozaron alguno. Sé que lo ha olvidado por completo. Recuerdo que pensé "cuando seáis mayores vais a criticar que los jóvenes hagan esto", pero no me atrevía a decir nada.
Siempre me prometí que yo no cambiaría tanto como los demás, que ni cometería actos vandálicos de joven, ni criticaría como adulto a la juventud por cosas normales. O por cosas que yo mismo hubiese hecho de joven. Uno de mis ideales de siempre es romper esa disociación entre el yo adolescente y el yo maduro. Evidentemente, entendía que, en cuestiones de experiencia vital, de habilidades y conocimientos, no me podía equiparar a mi yo futuro, pero entendía que no tenía por qué cambiar en temas de moral, de comportamiento y empatía. No le reprocho errores a mi yo adolescente. Sé que hizo lo que pudo con lo poco que sabía.
En el móvil no me aparece el vídeo de la entrada anterior, así que pruebo ahora con otro. El genial discurso de Tim Minchin.
Buenas noches. Vuelvo con este temazo de Todd Terje. Durante
los próximos meses, espero ir publicando resúmenes de mis viajes y escapaditas
de los últimos tres años. Llevo dos años y medio sin escribir nada aquí, desde
aquel drama "amoroso" que tuve, de lo cual iré eliminando todo lo que en su momento publiqué.
Resumo brevemente. En julio del
2018, una chica que estaba muy buena, pero algo desequilibrada mentalmente y
muy egocéntrica, me iba buscando. Me llamaba todos los días, quedábamos y, la
mitad de las veces, no aparecía hasta una o dos horas más tarde. Yo estaba
atravesando una crisis personal. En junio me acababa de quedar sin trabajo, y
un mal rollo familiar me había impedido aprovechar ese momento para cumplir mi
viejo sueño de ir a Estambul y Pamukkale, cuando ya tenía el viaje completamente montado.
Cuando esta chica pasó una noche en mi cama y me vi "durmiendo" en el
sofá, me sentí humillado y supe que era casi imposible que llegara a tirármela,
pero aun así, cuando te van mareando, te agarras al más mínimo resquicio para
hacerte ilusiones. Así que seguí quedando con ella y poniendo buena cara, siguiéndole el juego, durante algunas semanas más, por si sonaba la flauta.
El "amigo" con quien
más me había juntado en los últimos diez o doce años, siendo completamente consciente de lo
que ocurría, (y teniendo otra pareja en ese momento) se metió por enmedio, y terminó cortando con la otra y convirtiéndose en su pareja. Es
alguien que sabía perfectamente lo mal que se me da conseguir follar, al
contrario que a él, que puede estar con quince o veinte chicas cada año. No es que sea
muy talentoso hablando, pero algo de gracia tiene, y es un comercial
picapedrero que no se detiene ante mil negativas. Como le terminé contando a
ella por Whatsapp, desahogándome, unas semanas más tarde; "Este tipo tiene mil cañas de pescar, tiradas en todas
las direcciones, y va tanteando dónde pican. Le da igual casadas que solteras.
Se lo toma como una competición. No tardará en ponerte cuernos". Ahí sueno a maldición gitana de peli de Sam Raimi, pero era una apuesta segura.
Ella había conseguido desesperarme una mañana cuando, tras una noche de fiestas de su pueblo, me envió varios audios de
Whatsapp revelándome que se había liado con él y que era un hijoputa, que la
trataba mal, y de fondo se escuchaba la risita sardónica de él. En plena
discusión, me usaba para chantajearle en plan “tus amigos van a enterarse de la
clase de persona que eres”, sabiendo que a mí me dolía, que me sentía
despreciado y, encima, me dejaba entrever que prefería follarse a alguien que le caía fatal antes que a mí.
Me dio rabia y me deprimió a lo bestia. Vi que me estaba queriendo usar como
testigo de sus conflictos, como amigo pagafantas. Ahí decidí alejarme de ambos. Mi río de lágrimas era perfectamente navegable.
Él, por su parte, sabía muy bien que yo llevaba casi siete años sin follar, y si tuviese algo de
empatía o respeto hacia un amigo, debería haber respetado mi turno de
intentarlo con ella, aunque tuviese claro que ella simplemente me estaba
mareando y no iba a conseguir nada.
No era uno de mis amigos de infancia. Le conocíamos del instituto, y empezó a juntarse habitualmente con nosotros, especialmente conmigo, hace unos quince años.
En los meses siguientes, me fui
enterando de que otros cuatro, entre amigos y conocidos, estaban teniendo problemas similares
con él. A uno le había quitado un ligue, a otro también, e iba a saco a por varias
de las ex de otro, en plan extremadamente competitivo. Hasta ese año, no se había comportado de un modo tan depredador en su entorno más cercano. Sí que la ex de otro amigo nos había contado cómo había acabado acostándose con él y le definía como un impresentable. "Es mucho peor de lo que aparenta". Otra amiga nos contó que cada año, recibía algún mensaje de él que decía: " A ver cuándo quedamos a tomar algo y traes a tus amiguitas". Pocos meses más tarde, cortó con otro de sus mejores amigos, uno que había vuelto a la universidad, y una noche trajo a cenar en su casa a una compañera de piso, casada y musulmana, y discutieron luego porque el amigo se negó a darle el número de teléfono de la chica. "No puedes acosar a esta chica. Es musulmana y está casada. Le vas a crear un problemón tremendo".
Algo te olía raro por cómo llamaba a las mujeres. Las novias de colegas eran siempre "la perica" ("Fulanito está con la perica") y el resto eran "chupilis" ("vamos a tal sitio, que está abarrotado de chupilis"). Siempre me han sonado feas y despectivas ambas palabras, pero por lo demás, no me daba cuenta de que fuera tan cabrón. Sí que, a veces, me daba vergüenza su insistente descaro a la hora de abordar grupos de chicas que no parecían interesadas en nosotros, me parecía demasiado creepy, pero como solía acabar ligando, pensabas que era algo medio normal y que el raro eras tú. Que también.
A ella la bloqueé en Whatsapp y
la expulsé del Facebook. A él lo bloqueé en ambas redes y no he querido saber
nada de ellos, al menos directamente. A veces, me han enviado mensajes de sms o correo, intentando
quedar y “aclarar las cosas”. Nunca he respondido.
Como era previsible, cortaron
al cabo de catorce o quince meses.
Uno de mis amigos de siempre, católico,
me decía ingenuamente, al principio, que esto era una fase que pasaría, porque “sois
amigos, y el tiempo lo cura todo”. Y ese tipo de mentalidad es de las que más
me chirrían. Sé que la idea del innombrable era justamente esa. Que con el
tiempo me calmase, y él pudiese reconducir la situación, y entonces habría
ganado.
Eso es no conocerme bien. Que sea torpe hablando no es motivo para atribuirme la creencia en mantras religiosos y de libro de Coelho. El tiempo cura jamones y quesos. Los corazones, los va ennegreciendo. Soy afable, pero cuando me atacan me convierto en mi negativo, la versión siniestra de Maquiavelo. Planeo venganzas que nunca llevaré a cabo porque las leyes me lo impiden, pero planeadas están. Que lo sepáis.
Me
sentiría doblemente humillado si aceptara disculpas y excusas, y le permitiese
recuperar amistades, después de haber sido él quien, con malas artes, ha estado
un año tirándosela. No podrá cumplir esa parte del plan. Tengo ciertos principios. Tengo la sangre algo más caliente. Llámalo orgullo, amor propio o pragmatismo de persona introvertida y poco sociable, con facilidad para el desapego. Dicen que, a lo largo de la vida, nunca dejan de crecerte las orejas y la nariz. Creo que no es tanto un hecho biológico como una referencia al escepticismo y la desconfianza.
Va de listo, pero ha perdido
definitivamente un buen grupo de amigos que eran para siempre, por pasar un año
con una, cuando podía estar con otras. Creo que no ha sido una elección inteligente.
A veces, pensaba que esto le debía
hacer recapacitar, y darse cuenta de que, con actitudes así, pierde mucho más
que gana. Porque con su mentalidad comercial, todo se reduce a ganancias y pérdidas.
El tiempo invertido en charlar con novias de amigos es la siembra, para intentar cosechar algo cuando
esas chicas sean las ex de amigos. Al momento, la noria da media vuelta, y
pienso que me importa una mierda si extrae o no alguna lección de todo esto. Es
alguien que no merece un sitio en mi vida. Que no me importa lo que le suceda, anymore. Ha sido un bucle mental habitual estos años. El pequeño monarca vengativo que todos, en mayor o menor medida, tenemos dentro, desea que se arrepienta y lamente lo ocurrido, que se tire de los pelos, y al momento se manifiesta el yo racional que te recuerda que esa persona ya no existe en tu universo y no importa en absoluto lo que piense o sienta, y que esa es, probablemente, la venganza que más le pueda doler. No haber podido consumar el engaño y tener que quedarse a la deriva, fuera del grupo. Perder clientela valiosa. Eso le va a roer eternamente.
Este partido no lo va a ganar. Todas
sus habilidades de marketing no valen una mierda conmigo. No se puede convencer a quien no accede a escuchar. No se debe prestar oídos a gente manipuladora. No logrará volver
jamás. No se puede regresar a un lugar que ya no existe.