sábado, 30 de diciembre de 2017

Sobredosis de trabajo



Hacia mitad de marzo me encontraba desquiciado por la falta de empleo y asistiendo a un curso de hostelería del Servef. Entonces me llamaron de una ETT para un empleo de fines de semana, cargando y descargando camiones. Empecé con dos mañanas de sábado -…porque si, de entrada, te dejo con estos toda la noche, no vas a volver - me dijo el encargado. El tercer finde ya trabajaría la noche del viernes.

Ese viernes tuve clase por la tarde. Estuvimos dos horas montando un banquete para el día siguiente, y me fui a las 19:00 para entrar a descargar camiones a las 20:00. Paramos media hora para cenar hacia las 2:30, y otra media hora para almorzar a las 9:30. Terminé de trabajar a las 14:00. No estaba demasiado fresco para conducir, pero eran unos pocos minutos hasta mi pueblo. Fui directo al comidas para llevar. Entre lo del curso y lo de los camiones, había trabajado 19 de las últimas 21 horas, y llevaría despierto unas 30.

Luego no me pude acostar. Tenía un partido de futbito a las 17:00 en Alcoy. Si me permitía dormir un rato, ya no sería capaz de levantarme para ir a jugar.

Regresé del partido y me acosté hacia las 18:30. Durante varias horas fui incapaz de conciliar un sueño tranquilo. Cada vez que cerraba los ojos, volvía a mi mente todo el ajetreo del trabajo. El sonido de toritos, carracas y entrechocar de barras y puertas metálicas, gente hablando y gritando y transpaletas eléctricas corriendo entre los muelles, trasladando palets cargados de cajas y bultos. Me veía de nuevo allí, en medio de todo el bullicio, y despertaba sobresaltado. Me sentía terriblemente cansado. Necesitaba desesperadamente dormir, pero me resultaba imposible. No sé a qué hora logró imponerse el cansancio, y pude finalmente descansar en paz.

Tan solo en otra ocasión en toda mi vida había experimentado un estado mental similar, y aconteció en un contexto radicalmente opuesto. La segunda de las tres veces que consumí setas “de la risa”. Estaba con dos amigos en el Viña Rock de 2005. Nos las pasaron unos de nuestro pueblo, a los cuales encontramos casualmente por allí, y las consumimos durante el último concierto de la noche, aquél brutal concierto en que O’Funk'illo quisieron seguir tocando más allá de la hora justa que les había sido adjudicada, y la organización les cortó la luz, pero siguieron en acústico, sin amplis y en penumbra, ante la multitud enardecida, liderados por ese tremendo bajista.

A R*** le sentaron mal las setas, porque durante la semana había cortado con la novia, y no se encontraba en un estado mental adecuado para esa droga. La otra vez que las habíamos probado, en Amsterdam, el prospecto explicaba que, si tenías un “mal viaje”, el mejor antídoto para reducir su efecto era tomar azúcar y agua. No teníamos nada dulce, así que nos dirigimos a la ambulancia estacionada cerca de la entrada. Pero, en cuanto Raül hizo ademán de tratar de explicarles algo, los operarios subieron las ventanillas y pasaron hasta el culo, como pensando “No estamos para aguantar borrachos pesados”.

Así que abandonamos el recinto y nos acostamos en la tienda de campaña, que no estaba lejos de allí. Me metí en mi saco de dormir y me quedé ladeado, encarado a la esquina del oscuro habitáculo, casi tocando la tela con la frente. De afuera nos llegaba el alboroto, algo de música, y rumor de multitudes hablando y moviéndose. A mi espalda, podía escuchar lo que charlaban R*** y E******. Cerré los ojos y, como por arte de magia, al momento estaba otra vez paseando por el mercadillo, junto a los escenarios. Al abrir los ojos, me sorprendió hallarme acostado en un rincón oscuro. Quizá no habían transcurrido ni dos minutos desde que los había cerrado, y había olvidado por completo la realidad. Durante dos o tres horas, se fue repitiendo lo mismo. Me sentía enormemente relajado. Podía estar nuevamente en la fiesta tumbado, sin cansarme lo más mínimo. Era bajar los párpados y regresar a un lugar exótico lleno de color y viveza, un mundo psicodélico donde el tejido del espacio era de cenefa de chilaba y papel de envoltorio para regalo. Lo pasé bien.

La diferencia con lo otro es que ahí lo había disfrutado. Esa manera de, en ambas situaciones, alucinar con una realidad falsa, y de modo tan reiterativo, saltando entre ambas escenas mediante el simple gesto de cerrar o abrir los ojos, me recuerda también a uno de mis cuentos preferidos, La noche boca arriba, de Julio Cortázar. Ahora que lo pienso, que el protagonista fuese colocado de setas, podría quizá explicar lo que le sucede.

Tenía la intención de continuar con lo de los camiones, pero lo pensé mejor debido a que, a mitad de esa semana, empezaba las prácticas del curso de hostelería. Ese trabajo me dejaba tanta suciedad en los poros de las manos que, por mucho que me duchase, no se terminaba de limpiar en tres días. Y si me tocaba trabajar domingo o lunes en un bar, no podía ir así.

Llamé a la chica de la Ett para comunicarle que lo dejaba y explicarle el motivo. Lo entendió amablemente. Me supo mal porque en el trabajo pensarían que me había cagado ante la idea de hacer tantas horas seguidas, y me habían tratado bien. No, no son las horas, es el no poder dormir luego. Es el seguir allí en sueños, intoxicado por sobredosis de trabajo.