Pienso
que, con la excusa de la autodefensa patria, que también es ciertamente necesaria en este mundo salvaje, los
ejércitos existen por varios motivos más: uno es mantener el poder en manos de
quien lo ostenta. Otro, los negocios de contrabando de armas y drogas. Y quién
sabe qué otras cosas. Es simplemente mi impresión, no lo sé.
Yo
hice la mili en 1997, y se rumoreaba que uno de los soldados profesionales de
nuestra compañía, un gallego, guardaba en su taquilla 4 kilos de coca, para ir
vendiendo por Valencia. Un peoncillo en el gran entramado, supongo.
Otro
compañero nos dijo que tenía 1.400 tripis. Agustín y yo nunca habíamos probado
uno, y decidimos hacerlo.
Era
un fin de semana para el cual ambos teníamos previsto permanecer en la base, ya
que nos tocaba guardia de refuerzo la noche del sábado. O sea, ser los reservas
de los que tenían guardia, por si alguno estaba indispuesto, enfermo o ausente
por cualquier motivo. Dependiendo del sargento que se quedase encargado de la
compañía ese finde, podríamos, o no, salir el viernes a mediodía y volver antes
de las 22:00 del sábado. Lo normal era que pudiéramos irnos. Y además, el
sargento era López, uno de los buenos.
Decidimos
que compraríamos un tripi, saldríamos el viernes a mediodía, e iríamos a la
discoteca Masía, en Segorbe. Un compañero de la Pobla de Farnals nos llevaba
hasta allí. Nos tomaríamos medio tripi cada uno, pasaríamos la noche de fiesta,
y el día siguiente volveríamos haciendo auto-stop a la base de Marines.
Compramos
el tripi, pero finalmente el sargento López no nos permitió abandonar la base.
Yo me quedé desencantado, y entonces Agustín me dijo: -¿Sabes lo que dicen en mi pueblo cuando pasa algo así? Que habrá sido
para bien.
Al
cabo de un tiempo, lo comenté con amigos y conocidos, y todos coincidían en
que, para una primera vez, medio tripi por cabeza era una barbaridad. Como
mucho, un cuartito. El día siguiente no nos hubiéramos aclarado para volver a
la base y dar una imagen sobria. De hecho, lo de la imagen sobria daba igual,
porque no hubiésemos sido capaces de regresar. Nos habría caído el pelo. Eran unos 80 km de distancia, y estando la base algo apartada de las carreteras. Demasiado para depender de que nos recogiera
alguien, y con las pintas que llevaríamos de no haber dormido, además de estar,
quizá, todavía viendo dinosaurios.
Pasados
los años, sigo recordando aquella frase, tan lúcida en un momento así. No es
que a todo lo malo le puedas encontrar una parte positiva, pero aquella
situación, serenamente mirada en su momento, era bien sospechosa de tenerla.